Facultad de Ciencias Humanas

Bosque de la poesía- Estela Figueroa

| Estela Figueroa |

(Santa Fe, 1946-2022)

Escribió poesía, ensayo, y realizó trabajos para cine y teatro. Coordinó talleres literarios en la Universidad Nacional del Litoral y en el Pabellón de menores de la cárcel de Las Flores, donde editó la revista Sin alas. Publicó los libros de poemas Máscaras sueltas (1985), A capella (1991) y La forastera (2007). El hada que no invitaron (Bajo la luna, 2019), reúne su obra poética, incluyendo el libro inédito Profesión: sus labores. 

Índice

No es para hablar de mí que escribo
de la glicina: cayó
su lluvia ligera
azul–
violácea–
celeste.

No es para hablar de la glicina
que la comparo con una lluvia
y adjetivo esa lluvia.

Es para detener este momento nocturno:
la casa en calma
y los pensamientos que ennoblecidos velan
por un ordenamiento
que lo abarque todo.

(De Máscaras sueltas, 1985)

Terminaron las fiestas

Mujeres cansadas
reordenamos los cuartos.
Se vacían floreros
donde flores marchitas
cabecearon en el alba.
Botellas vacías son llevadas
a la pila del patio.
Manos despejan
mesas dispuestas
para lo cotidiano:
un costurero
un libro
un bolso
un papel.
En un rincón de la cocina
el tarro de basura
rebosa.

“Sostenme que me caigo
mi nuca está tan fatigada”.
Hubo amigos que llegaron y se fueron
como en un vértigo.
Hubo padres y hermanos con quienes se brindó
por el año que comienza
deseándolo
menos penoso que el que pasamos.
Y hubo desconocidos que besaron nuestras mejillas
y a quienes besamos, sin comprender,
en realidad, tanta efusión.

Pero no queda más que el arbolito
en el cuarto de la niña
y un par de zapatos rojos en el mío:
anduve bastante.

No hemos llegado aún a la mitad del verano
y ya añoramos
los días del otoño
en que nada sucede.
El tedio de una lluvia entrevista entre
las hojas de los árboles
a través de cristales fríos
desde la intimidad de la casa.

(De Máscaras sueltas, 1985)

¡Cómo nos persiguen
los muertos!

Aunque escondamos sus fotos.
Aunque saquemos de la casa sus ropas.
Aunque intentemos obligarlos
al rincón del silencio
cómo vuelven…

Durante el día
intervienen en nuestras conversaciones
y hablan por nuestra boca
palabras violentas.
Hay quien elige nuestra ropa
y quien nos empuja hacia la casa
adonde no pensábamos volver.

Qué ansiedad nos transmiten
en nuestras enfermedades…
Y como las flores apretadas
entre las hojas de un libro
o como la carta que amarillea
con qué paciencia nos esperan.

¿Son lo que entra en el instante
en que el pensamiento se abre
al esplendor del verano?
¿Esa sensación de brisa
son?
¿Ese miedo repentino que la acompaña?

Sólo de noche
cuando dormimos
los muertos están quietos.
Ya la llave giró en su cerradura
y ellos –como perros sin dueño–
se echan ante la puerta.

(De A capella, 1992)

 

A Manuel Inchauspe, en el hospicio

Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.

Perdiste tus últimos poemas
y yo casi no escribo.

De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.

(De La forastera, 2007)