Facultad de Ciencias Humanas

18 de marzo - Inicio del primer cuatrimestre

Ser periodista hoy.

Por Hernán Vaca Narvaja. Prof. en el Dpto de Ciencias de la Comunicación – Facultad de Humanas. Periodista y Director de la revista El Sur (www.revistaelsur.com.ar)

 

 

Ser periodista en la Argentina de hoy implica un compromiso doble: con la verdad y con la defensa de la dignidad profesional. El panorama de la comunicación en el país desde que asumió el gobierno de Cambiemos es francamente desolador: más de tres mil periodistas han sido despedidos, cerraron medios señeros en la historia del periodismo como la revista El Gráfico y la agencia Diarios y Noticias (DYN) y están vaciando de contenido a los medios públicos como Canal 7 y Radio Nacional. Sin mencionar el virtual desmantelamiento de la Televisión Digital Argentina y la caza de brujas desatada en la agencia Télam.

 

Con argumentos rayanos en la Inquisición, han sido perseguidos, silenciados y despedidos incluso de medios privados –cada vez más condicionados por la pauta oficial- periodistas de fuste como Víctor Hugo Morales, Sandra Russo y Roberto Navarro. Fueron expulsados del sistema por el solo hecho de ser afines al gobierno anterior o críticos del actual.

 

A Jorge Halperín, tal vez el mejor entrevistador de su generación, autor de libros de lectura obligada en las carreras de periodismo de todo el país, lo expulsaron de Radio Nacional por sus opiniones críticas hacia el presidente Macri. “Te revisamos el twitter”, admitió la inefable directora de la radio del Estado cuando el periodista le pidió explicaciones. Una frase que quedará grabada, parafraseando a Borges, en la historia universal de la infamia.

 

En contraposición, el gobierno de Cambiemos premia con pautas millonarias a animadores televisivos y radiales como Jorge Lanata, Alfredo Leuco y Luis Majul, que exhiben sin pudor su oficialismo militante. Y retacea la pauta oficial a medios críticos como Página/12, Tiempo Argentino y Radio Del Plata.

 

No es casual que el primer decreto del gobierno neoliberal de Mauricio Macri haya apuntado a destruir la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, considerada un ejemplo a nivel internacional tanto por su legitimidad de origen como por el rol asignado al Estado para evitar la concentración de medios y fomentar la pluralidad de voces.

 

Le tocó a Oscar Aguad, para vergüenza de los cordobeses, destruir la Ley de Medios para allanarle el camino al grupo Clarín, que desde entonces liderar un inédito proceso de concentración comunicacional, sin precedentes en América Latina. En compensación por los servicios prestados, sus múltiples medios blindan al inoperante funcionario mediterráneo de tal manera que hasta ahora ha sobrevivido al escándalo del Correo y la pérdida de un submarino con 44 argentinos a bordo.

 

Censura, presiones, despidos, precarización y cierre de medios conforman un horizonte tormentoso para el periodismo argentino. Que ha dado muestras, sin embargo, de una enorme capacidad de resiliencia. Una nueva camada de periodistas –liderados por algunos sabios veteranos como Horacio Verbitsky- han incursionado en las redes sociales y los medios “alternativos” para hacer escuchar su voz. Que, a pesar de las deficiencias técnicas y las limitaciones económicas, ha surgido como un oasis en el desierto de la desinformación oficial.

 

Tiempo Argentino y La Nueva Mañana, diarios recuperados por sus trabajadores, irradian una luz de esperanza. Son un faro que en Córdoba ilumina hace tiempo a través de experiencias cooperativas como Comercio y Justicia (Córdoba) y El Diario del centro del país (Villa María), emblemas de periodismo honesto y de calidad.

 

Es cada vez más difícil imaginar un periodismo libre en medios concentrados cuyos dueños están más vinculados al poder financiero que al mundo editorial. El avance tecnológico, sin embargo, convierte a los medios tradicionales en viejos dinosaurios y abre un camino todavía inexplorado hacia nuevas formas de comunicación.

 

Tal vez en esa exploración esté la puerta que nos permita avizorar un futuro más auspicioso para quienes ejercemos el periodismo con vocación transformadora. El desafío tal vez sea desechar el arcaico esquema de medios concentrados y abrir nuevos caminos que nos permitan restablecer el sagrado vínculo social con la gente.

 

Vivimos en una sociedad sometida a un sistemático bombardeo de mentiras –la mal llamada “post verdad”- que desconfían cada vez más de los medios tradicionales. Al fin y al cabo, como decía Abraham Lincoln, “se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Para decirlo en criollo: la mentira tiene patas cortas.

 

Cuando termine el insípido embrujo del neoliberalismo, los que verdaderamente amamos el periodismo debemos estar listos para asumir nuestro destino de informar en base a los principios inconmovibles de la profesión: rigor, profesionalismo y honestidad intelectual.

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