Facultad de Ciencias Humanas

18 de marzo - Inicio del primer cuatrimestre

Índice

El fusilado

Habla el fusilado. Otra vez.
Sus labios se mueven.
Se abre su boca, se cierra.
No salen palabras de allí.
(El fusilado no habla con palabras).
Fusiles, fusibles. En el cuerpo
mudo del fusilado hay huecos.
Agujeros de bala en los muslos,
en el abdomen, en la garganta
del fusilado. Quemaduras. Moretones
en el cuerpo del fusilado que habla sin palabras.
¿Le comieron las ratas la lengua?
¿Los ojos le comieron? ¿Y las uñas, también?
Limo del río del olvido que arrastra el significante
y estalla en la garganta rota del fusilado
que cuenta sin palabras la historia,
el suplicio de su cuerpo.
En la lluvia, en el barro,
en los meandros, en la superficie del río lento
donde se estiran intermitentes las luces
de la memoria, se hundió
el fusilado que dice, silencioso,
lo que no podemos oír.
Poesía de llagas, de cicatrices, de boca cosida.
El ahogado canta su canción de pez.
¿La escuchás? Es el ruido de fondo
que se filtra
entre los poemas fotográficos
y su etnografía de lo trivial.
Poemas tribales con sus ritos y consignas.
Poemas tristes de lo que me está pasando a mí,
acá, ahora mientras el mundo se envenena.
Poemas ombligo.
Poemas trap.
Poemas palimpsestos contra
la escritura de la ausencia
que el fusilado ensaya con su cuerpo recién salido del limo
del río con algas en la boca
que se cierra, que se abre, que no habla con palabras.
¿Acaso dice sin decir estoy desnudo,
estoy raído, estoy otra vez naciendo?
¿Acaso el fusilado es también la fusilada,
la violada, la arrancada de los labios de sus hijos?
¿Vendrá montando el fuego como a un caballo,
vendrá nadando con escamas contra el río,
vendrá como mujer de verde ola
el fusilado que habla
sin palabras?

Por: José Di Marco
Docente en el Departamento de Letras.

El fusilado

Habla el fusilado. Otra vez.
Sus labios se mueven.
Se abre su boca, se cierra.
No salen palabras de allí.
(El fusilado no habla con palabras).
Fusiles, fusibles. En el cuerpo
mudo del fusilado hay huecos.
Agujeros de bala en los muslos,
en el abdomen, en la garganta
del fusilado. Quemaduras. Moretones
en el cuerpo del fusilado que habla sin palabras.
¿Le comieron las ratas la lengua?
¿Los ojos le comieron? ¿Y las uñas, también?
Limo del río del olvido que arrastra el significante
y estalla en la garganta rota del fusilado
que cuenta sin palabras la historia,
el suplicio de su cuerpo.
En la lluvia, en el barro,
en los meandros, en la superficie del río lento
donde se estiran intermitentes las luces
de la memoria, se hundió
el fusilado que dice, silencioso,
lo que no podemos oír.
Poesía de llagas, de cicatrices, de boca cosida.
El ahogado canta su canción de pez.
¿La escuchás? Es el ruido de fondo
que se filtra
entre los poemas fotográficos
y su etnografía de lo trivial.
Poemas tribales con sus ritos y consignas.
Poemas tristes de lo que me está pasando a mí,
acá, ahora mientras el mundo se envenena.
Poemas ombligo.
Poemas trap.
Poemas palimpsestos contra
la escritura de la ausencia
que el fusilado ensaya con su cuerpo recién salido del limo
del río con algas en la boca
que se cierra, que se abre, que no habla con palabras.
¿Acaso dice sin decir estoy desnudo,
estoy raído, estoy otra vez naciendo?
¿Acaso el fusilado es también la fusilada,
la violada, la arrancada de los labios de sus hijos?
¿Vendrá montando el fuego como a un caballo,
vendrá nadando con escamas contra el río,
vendrá como mujer de verde ola
el fusilado que habla
sin palabras?

Por: José Di Marco
Docente en el Departamento de Letras.

Contra el negacionismo. 
 Memoria, verdad, justicia.

Por: Silvina Berti.
Docente en el Departamento de Ciencias de la Comunicación. Hermana de Carlos Guillermo Berti, estudiante de Física del entonces FAMAF hoy IMAF (UNC), desaparecido el 11 de abril de 1977 en alguna calle de Buenos Aires y nunca visto en ningún centro de detención.

A mi hermano Carlos, desaparecido el 11 de abril de 1977 a los 22 años

A los 30 mil detenidos desaparecidos.

El 24 de marzo de 1976 comenzó la última dictadura cívico militar en Argentina y será recordada como la más cruenta y la más sangrienta de todas las dictaduras que azotaron al país. Han pasado 46 años desde el golpe. En 1983 el país recuperó la democracia y en 1985, tan solo dos años después, se realizó el Juicio a las Juntas, hecho histórico que marcó significativamente la construcción de la democracia y expuso socialmente los horrores cometidos1. Sin embargo, y pese al tiempo transcurrido, sabemos que no podemos bajar los brazos. En proximidades al día de la memoria, una profesora, directora del Departamento de Lenguas y actual funcionaria de la Facultad de Ciencias Humanas2 de la Universidad de Río Cuarto, posteó de manera abierta y pública en su cuenta de Facebook comentarios negacionistas de lo ocurrido en el país. Sus dichos no pasaron desapercibidos y gracias (una vez más) a los sectores comprometidos con la democracia y con los derechos humanos, recibieron el repudio unánime del máximo órgano de gobierno de nuestra universidad, el Consejo Superior.

Parece que son días, entonces, en que debemos referirnos a algunas cuestiones que considero imprescindibles. El negacionismo apela a una serie de cuestiones que deben ser examinadas y refutadas (y no he de intentar ser exhaustiva). Las antenas negacionistas se encienden cada 24 de Marzo, cuando se rememoran las atrocidades cometidas por el Estado Terrorista, y en las calles se refuerzan los valores democráticos, se defiende a la libertad y se protege a la democracia. El negacionismo dice querer que la revisión de la historia sea “completa», dice que los DDHH son de todos, y apelando a la teoría de los dos demonios, sin nombrarla, iguala (engañosamente) el proceder de grupos «subversivos o terroristas» (las comillas son a propósito) con el de las fuerzas armadas. Sin embargo, tal igualación no es posible bajo ningún punto de vista, pues la lógica que se esconde detrás de estas manifestaciones es la siguiente: como hubo terrorismo, entonces hubo que hacer algo. ¡Y vaya si lo hicieron!

Se dice por ahí, “nunca más a grupos que atentan contra gobiernos democráticos», refiriéndose a los “terroristas y subversivos”, pero omiten expedirse de manera clara y contundente sobre el hecho de que fue la Junta Militar (en connivencia con sectores de la iglesia, empresariales y políticos) la que atentó contra un gobierno elegido democráticamente so pretexto de poner orden en el caos reinante. Un silencio evidente que no puede ser dejado pasar por alto. Pero hay algo más en este aspecto que es imprescindible remarcar: que para los negacionistas, todas las víctimas de la represión eran terroristas y/o subversivos. Ellos, los negacionistas, transforman a todxs en sujetos de repudio y rechazo social. Me pregunto, qué actos terroristas habrán cometido los 500  niños apropiados, los estudiantes que fueron secuestrados en la “noche de los lápices”, etc. etc. etc. Y me pregunto, por qué les es tan fácil juzgar lo que se desconoce. Piden verdad pero no la buscan. Clasifican y condenan, como lo hicieron los genocidas.

1 No voy a referirme a las Leyes de Obediencia Debida y de Punto Final que ameritarían un largo análisis. Diré, sí, que no pudieron acallar los legítimos reclamos de los organismos de derechos humanos que nunca interrumpieron su lucha por la memoria, la verdad y la justicia. Lucha que obtuvo uno de sus grandes logros cuando en 2003 el Senado derogó esas leyes y se reanudaron los juicios contra los Crímenes de Lesa Humanidad perpetrados en el país.

2 Incluso después de que el actual decano Fabio D’Andrea firmara el Repudio formal que efectuara el Consejo Superior.

Dicen por ahí, quienes dicen querer contar toda la historia, que los “terroristas” no fueron juzgados. La respuesta es simple, nunca se les dio la oportunidad. Si lo hubieran sido, ningunx hubiera muerto, pues en Argentina no existe la pena de muerte. No hubo juicios. Lo que hubo, en su defecto, fueron centros clandestinos de detención donde lxs secuestradxs sufrieron torturas aberrantes, donde las mujeres embarazadas (también sometidas a torturas) fueron obligadas a parir en condiciones deplorables para luego arrancarles a sus hijxs y asesinarlas; hubo vuelos de la muerte, fosas comunes, e innumerables cuerpos que jamás fueron recuperados. Todo eso lo hizo lo que podemos tipificar como Estado Terrorista. Pero quienes reclaman “toda la verdad” nada dicen de esto o se amparan nombrando un Nunca Más en el que no creen pero al que usan. Es más, de pronto les surge una necesidad imperiosa de revisionismo histórico y nos quieren convencer de que para ser democráticos debemos mirar al “pasado como un territorio poblado de interrogantes”. Vaya, me pregunto cuál es el límite a los interrogantes con que supuestamente nos quieren interpelar. ¿Negar el número? ¡Ya lo hicieron! ¿Decir que todos eran terroristas? ¡Ya lo sugieren! ¿Que los militares solo reaccionaron? ¡Está implícito en sus afirmaciones! Lo que llama la atención de estos renovados revisionistas, es que nunca se hayan preguntado por qué no se utilizaron los mecanismos que la misma Constitución ofrece para combatir los delitos, porque para eso tenemos al Sistema Judicial. ¿O no? Fue a través de la Justicia que los presuntos asesinos/genocidas fueron juzgados con todas las garantías de la ley. Con tantas garantías, que muchos de ellos cumplieron penas menores y también muchos fueron absueltos. No hubo un solo caso de desaparición de genocidas; ninguno de ellos fue sometido a ningún tipo de tortura. Como debe ser, porque siempre se pidió justicia, no venganza. Esos interrogantes revisionistas quieren borrar hechos que son innegables y poner en disputa definiciones de lo ocurrido. Ergo, deberemos seguir reforzándolas.

Lo que se cometieron fueron Crímenes de Lesa Humanidad. Dice Roberto O. Cacheiro Frías – Abogado y Director de la Diplomatura en Relaciones Internacionales de la Universidad Abierta Interamericana: “Leso significa agraviado, lastimado, ofendido: de allí que crimen de lesa humanidad aluda a un crimen que, por su naturaleza aberrante, ofende, agravia, injuria, lastima, castiga a la humanidad toda”. 

 

Y la Corte Suprema de Justicia de la Nación aclara el concepto de delito de “lesa humanidad” a partir de uno de los actos descriptos en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, según el cual estamos ante un delito perpetrado por el propio Estado, a través de una política que atenta sistemáticamente contra los derechos fundamentales de una sociedad civil o un grupo determinado de esta. Dice textualmente: 

«El alto grado de depravación, por sí mismo, no distingue a los crímenes de lesa humanidad de los hechos más crueles que los sistemas locales criminalizan. Más bien, lo que distingue a los crímenes de lesa humanidad radica en que son atrocidades cometidas por los gobiernos u organizaciones cuasi-gubernamentales en contra de grupos civiles que están bajo su jurisdicción y control”.

Es decir, que lo que transforma un crimen común en uno contra la humanidad, es que estos sean cometidos por organismos del Estado a través de una política general y/o sistemática en la que se vulneren derechos de la sociedad civil o de un grupo determinado de ésta.

El Terrorismo de Estado comienza cuando el propio Estado utiliza a sus Fuerzas en contra de sus ciudadanos, violando sus derechos fundamentales y recurriendo sistemáticamente a la privación de la libertad, a la tortura, a la desaparición de personas, al asesinato. Es decir que, contrariamente al rol asignado al Estado que es el defendernos, éste se vuelve en nuestra contra y utiliza la fuerza de las armas para anular nuestros derechos, incluso, por supuesto, el derecho a la vida. El estado de indefensión en el  que queda sumido el ciudadano es total y absoluto y se encuentra a merced de una fuerza que se manifiesta no sólo de manera explícita y arbitraria, sino que también utiliza mecanismos ocultos e implícitos.

Dentro de las consideraciones que establece el Estatuto de Roma de La Corte Penal Internacional aprobado el 17 de julio de 1998  se entiende:

“Por desaparición forzada de personas se entenderá la aprehensión, la detención o el secuestro de personas por un Estado o una organización política, o con su autorización, apoyo o aquiescencia, seguido de la negativa a informar sobre la privación de libertad o dar información sobre la suerte o el paradero de esas personas, con la intención de dejarlas fuera del amparo de la ley por un período prolongado”. 

He dicho en más de una ocasión que la figura del desaparecido es una de las más perversas porque niega la existencia del desaparecidx; se la niega a él/ella y a toda la sociedad. Y obliga a los demás a una búsqueda que se veta de manera sistemática. 

Voy a cambiar el registro de mi narrativa, me voy a centrar brevemente en una consigna que tiene peso propio y ha movido el registro de la historia que condena los crímenes cometidos por el Estado y que busca que nunca más se vuelvan a repetir: Memoria. Verdad. Justicia. Y voy a afirmar con absoluta convicción: Que la memoria es costosa. Que la verdad es dolorosa. Y la justicia, imprescindible.

Podemos pensar a la Memoria en singular y  a la memoria en plural. O decir simplemente, Memoria y memorias. Las memorias individuales se transitan de manera errática, se parecen al sueño que reconstruimos a la hora del desvelo. Son solo compartidas en parte, de manera esporádica y espasmódica. Intraducibles en palabras precisas y carentes de un sentido univoco. Las narramos y esculpimos. Y el presente, el hoy desde el que lo hacemos, incide sobre ellas. Podemos entrar en el recuerdo de cuando nada hacía suponer que pasaría lo que pasó o en los momentos posteriores, cuando todo había dejado de ser lo que era y remontarnos a las esperas de un reencuentro nunca realizado. El espanto de imaginarnos la tortura. El invento de la muerte. Porque para demasiados de nosotros sus muertes fueron nuestro invento. E inventárselas es como una estaca que se clava en el corazón porque es como si fuéramos nosotros los que los matamos y no sus asesinos. 

Pero la Memoria en singular y con mayúsculas es memoria colectiva que se traduce en política, en acción, en reclamo, en exigencia. La memoria que es política no se puede dejar doblegar, no tiene descanso, no se toma vacaciones. Muta con el tiempo. Suma nuevos actores. Pierde otros. Deja una huella social. Es esta memoria que nos vemos compelidos a ejercitar como sociedad cada vez que nos encontramos con actos flagrantes de negacionismo.

Memoria y memorias no transitan la misma ruta. Por momentos se cruzan, por momentos se abrazan, a veces se separan. Pero la una como las otras representan la lucha constante contra la voluntad del genocida y de sus cómplices, de borrar lo sucedido.  Y ha sido a través de esos cruces que hemos sabido y podido construir y sostener la historia colectiva. Logramos transformar el dolor de la muerte en la celebración de la vida. La Verdad acechada por los cobardes emerge en cada una de las narrativas compartidas, en cada fosa descubierta, en cada testimonio, en cada cicatriz, en cada lágrima, en cada juicio, en cada condena. 

No podemos traer a nuestros muertos a la vida, pero les hemos dado una existencia que ningún asesino jamás imaginó. Eso lo logramos en esos cruces intermitentes pero interminables entre la memoria colectiva y las memorias individuales. Eso nos dio la fortaleza para seguir estando acá, reclamando lo que todavía falta por hacer, levantando las banderas de Memoria Verdad y Justicia y no callar para decir Nunca Más.  

Si no tenemos claras algunas cuestiones se seguirán cometiendo los mismos atropellos y seguiremos siendo ciudadanos vulnerables ante la embestida de los sectores reaccionarios y golpistas que nunca descansan.

Los que quieran - Gabo Ferro

El derecho humano a la verdad

Por: Santiago Polop.
Docente en los Departamentos de Filosofía y Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales.

¿Es posible la verdad para el ser humano? ¿Hay verdad definitiva? Si no caemos en metafísica, único ámbito en que podría fundarse una verdad definitiva, inicial o última, lo cierto es que en el orden de lo humano lo que tenemos es una disputa incesante por aquello que los sujetos consideramos verdad, y lo que esas verdades hacen con nosotros. Cuando las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo enunciaron su consigna infinita “Memoria, Verdad, Justicia”, enunciaron la necesidad de dar batalla en los conceptos que definieron la vida de los sujetos en el oscuro período dictatorial 1976-1983. La batalla por la “verdad” en torno a las desapariciones, torturas, asesinatos, apropiación de bebés, persecución en el marco del terrorismo de Estado, no fue planteada desde los organismos de DDHH como una cuestión metafísica, como si hubiera “una” verdad, sino como un orden de lo posible que cuestionaría las verdades (ahora sí) metafísicas que postulaba la dictadura genocida. Ese régimen de Verdad de la dictadura podríamos enunciarlo en dos: “sólo hay un orden”, y “sólo nosotros representamos el Bien”. Ese status autoasignado de Verdad a lo que la dictadura y sus actores decían y hacían, supone clausurar absolutamente la realidad a sus supuestos, provocando que todo “lo otro” fuera necesariamente falso, corrupto, innecesario y malo. De allí que pueda advertirse la seguridad con la que actuaban sus ejecutores, amparados en el dogma de Una verdad instituida como definitiva. Aún hoy, muchos de quienes en aquella época cometieron lo que se tipifica como crímenes de lesa humanidad, o muchos que se beneficiaron de los acuerdos económicos con un régimen de facto, o muchos/as de quienes apoyaron (o apoyarían) civilmente el genocidio, plantean la corrección de lo hecho basándose en la opción maniquea del dogma, sin cuestionar la verdad de sus axiomas (que, de hecho, es el corazón del problema).  

La Verdad que defienden los organismos de DDHH, es la búsqueda de la verdad. Esto supone indagar en las asimetrías de la violencia en manos de un actor incomparable frente al individuo, que es el Estado. Supone estudiar e investigar las responsabilidades por las muertes, las mesas de tortura, las fosas comunes halladas y las no halladas. Buscar la verdad en torno a lo que ocurrió allí no termina en el actor material, en quien apretó el gatillo, sino en la inmensa estructura que convencía a ese sujeto de apretarlo y que lo necesitaba haciendo específicamente eso. Es un trabajo siempre inacabado, porque los elementos que condicionan las verdades del sujeto, como dice el filósofo Alain Badiou, son fuerzas históricas que trabajan para no ser vistas. Esa búsqueda de los organismos de DDHH se organiza bajo un paraguas universal, que son los propios derechos humanos, en los que se funda nuestra vida individual y común. El derecho humano a la verdad es el derecho al trabajo de disputa en torno a las verdades en las que los sujetos hacen o han hecho la historia de sus vidas, de modo tal que puedan considerar conscientemente lo que ha participado en la constitución de su experiencia de la realidad.  

Quienes hoy dicen que habría que contar “toda la verdad” recurren, como diría Alvaro García Linera, a forzamientos o mutilaciones argumentativas en las construcciones discursivas (García linera, 2021: 275). Lo hacen desde un supuesto “derecho a toda la verdad” que los organismos de DDHH niegan hace 46 años. Esto incurre en la falacia de igualar lo que es inigualable, como el poder, los individuos y sus capacidades, las ideas y las ideologías. Es un recurso que hace abstracción del modo en que la historia es construida, y apela a des-diferenciar como recurso para meter todo en el mismo barro. Lo concreto es que el derecho a la búsqueda de la verdad no es potestad de nadie en particular. Lo que exige esa búsqueda no es la apelación a una verdad metafísica, sino la apelación a las pruebas y evidencias científicamente analizadas para determinar qué papel han tenido en la constitución de la experiencia. Eso marca la diferencia, eso debe marcarla, porque ese discurso falsamente igualador tiene por vocación nihilista destruir cínicamente las jerarquías que realmente actúan en lo que determina nuestras vidas, y en lo que determinó las vidas de quienes padecieron la dictadura 1976-1983. Los organismos de DDHH no sostienen una opinión sobre otras. De ninguna manera. Abuelas y Madres de Plaza de Mayo han sostenido la necesidad de buscar la verdad frente a aquellas fuerzas que postulaban su cancelación. Y lo han hecho apelando al derecho humanitario, a los derechos civiles y políticos, al derecho penal internacional, a las Cartas y Pactos internacionales que sostienen, en conjunto, una moral respecto a la vida y su acontecer, y que no admiten relativización, porque significaría relativizar “ciertas” vidas por sobre otras. ¿A qué instancia apelan quienes sostienen el ataque a organismos de derechos humanos, a los juicios de lesa humanidad, a los símbolos que identifican un hacer democrático respecto a la búsqueda de la verdad? ¿En qué validan sus certezas? ¿Por qué no hacen un uso público de la razón (como decía Inmanuel Kant) y exponen la universalidad de sus argumentos? Me permito suponer que no lo hacen porque en definitiva no están interesadxs en el derecho humano a la verdad, sino en la verdad de ciertos humanos sobre otros.

Dibujos de Desaparecidxs de Río Cuarto. Autor: Sergio Villar

Apuntes para una pedagogía sobre DDHH en Argentina

Por: Damián Antúnez.
Docente en los Departamentos de Historia y Ciencias de la Comunicación.

Cuando creíamos –o tal vez sólo quisimos creer- que habíamos avanzado hacia una política de Estado sobre DDHH en Argentina como ese lugar de reposo, reflexión, reparación y curación frente a las heridas, las marcas, los impactos del terrorismo de Estado de la última dictadura, algo pareció torcerse en el camino. Hoy es un lugar común hablar de la grieta y tal vez funcione como metáfora para este análisis, pero me niego a seguir trillando ese terreno. Encuentro más provechoso revisar el camino recorrido y tratar de descubrir qué es aquello que ha faltado, fallado o que merezca ser retomado para no perder la oportunidad de hacer de la lucha por los DDHH los cimientos para la construcción de una democracia que haga suya los derechos sociales, ambientales, económicos y culturales. 

No me basta ni me sirve siquiera pensar que quienes aún no han hecho propia la tragedia del terrorismo de Estado en la Argentina de los setenta y primeros ochenta no sean interlocutores válidos por puro negacionismo. Antes bien, quiero pensar en alguna vía, tal vez alguna pedagogía, que pueda desarmar ese negacionismo.

Pensemos entonces en aquellos tópicos menos abordados en nuestras pedagogías sobre el terrorismo de Estado y la dictadura cívico, militar y eclesial formalmente impuesta a partir del putsch militar del 24 de marzo de 1976. Entonces quisiera hacer algunas reflexiones sobre dos cuestiones. La primera tiene que ver con todo aquello que conformó el pre-acondicionamiento para la implantación de la dictadura. La segunda tiene que ver con el o, mejor dicho, los proyectos de los vencidos, con aquello que la maquinaria de la dictadura abortó, eliminó y hasta masacró en su pedagogía del terror.

La primera reflexión hace referencia a repensar desde lo pedagógico en algo tan básico como la periodización de la dictadura. Foucault hablaba del poder como de una “bestia magnífica”, todo poderosa y esta imagen se me aparece cuando reviso cómo ese mismo poder que se recicla, se transforma o se transfigura al punto de internalizar formalmente la institucionalización del 24 de marzo como feriado nacional conmemorativo no ha dejado de esmerilar su sentido crítico, su poder de interpelación crítica en un proceso de neutralización de aquellos aspectos que ponen en tela de juicio a ese mismo poder; un poder que se erige en un Estado de clase, es decir, de la propia clase dominante en cualquiera de sus versiones o presentaciones. Entonces propongo ampliar el marco cronológico de la tragedia hacia la fracasada restauración democrática de 1973, para encontrarnos ya en febrero de 1974 con el navarrazo, ese micro ensayo provincial de golpe de Estado, en la forma de un putsch policial, legitimado y legalizado por el gobierno constitucional del presidente Perón. Se trató del golpe policial cordobés que eyectó del poder al gobernador Ricardo Obregón Cano y al vicegobernador Atilio López y que forma parte del contexto político que explica las destituciones de los gobernadores señalados por su cercanía o presunta cercanía a la denominada Tendencia Revolucionaria del peronismo (Bidegain de Buenos Aires, Martínez Baca de Mendoza, Ragone de Salta y Cepernic de Santa Cruz). Más conocido y renombrado es el decreto 261/75 suscripto por la presidenta Martínez de Perón que habilitaba a las FFAA a poner en marcha las operaciones que fueran necesarias para “neutralizar y/o aniquilar” el accionar de “elementos subversivos” circunscriptos a la provincia de Tucumán, así como los posteriores 2770, 2771 y 2772, también de 1975, firmados por el presidente interino Luder, que extendían aquellas operaciones a todo el territorio nacional. 

Asimismo, 1975 es también el año en el que llega a su máxima expresión la insurgencia obrera y popular en Argentina contra la primera gran embestida de un todavía proto neoliberalismo que se dio a conocer como rodrigazo; una combinación de liberalización de variables macroeconómicas que apuntaba a lograr un recorte decisivo del salario real al compás de una devaluación del peso superior al 60%. Allí tenemos la heroica huelga general del 7 y 8 de julio de 1975 que, si bien fuerza a la presidenta a dar marcha atrás con el ajuste económico, no lograría convertir ese logro en una fuerza social y política que pudiera enfrentar con éxito las embestidas posteriores. En cualquier caso, allí estaban operando en plenitud las fuerzas del golpe, quienes dispusieron de todo el tiempo que necesitaron para planificar un gobierno militar que los medios de comunicación y dirigentes políticos, empresariales y hasta sindicales co-participantes se ufanaban en promocionar. 

La segunda de las reflexiones que pretendo esbozar tiene que ver con los proyectos que abortaron, quedaron en el camino o que directamente fueron aniquilados en los términos del decreto antes referido. Me refiero genéricamente a todo aquello que remite al desarrollo político de lo que tomó el nombre de nueva izquierda o movimientos de liberación. Allí encontramos una auténtica usina de ideas y proyectos que pretendían darle forma real a ese pretendido hombre nuevo o nueva sociedad, incompatible con el capitalismo depredador que nos agota, nos violenta y nos aliena de manera sistemática y con un sistema político que, tras una cobertura democrática formal y clasista, arremetía y arremete con toda virulencia para imponer la dominación, la hegemonía de la clase dominante.

Retomar aquellos dos ejes nos harían repensar la tragedia de la dictadura y el terrorismo de Estado en el cuadro más amplio de la derrota infligida a unos proyectos emancipadores a los cuales el poder -los sectores dominantes- decidió aniquilar en el sentido más pleno y extensivo del término. A su vez, nos daría pie para pensar en una renovación pedagógica para una lucha que, como es el caso de los DDHH, nunca será plena si resigna la práctica política.

Memoria.

Verdad.

Justicia.

Relatos para la memoria y la justicia

Por: Viviana Macchiarola.
Docente en el Departamento de Ciencias de la Educación.

Walter Benjamin, filósofo y crítico literario alemán de principios del siglo XX, escribió “¿No se observó que al acabar la guerra la gente volvía enmudecida del frente, no más rica en experiencia comunicable sino más pobre?” (1982: 217). Los hombres volvían más pobres de la guerra porque no podían comunicar lo vivido y así no daban sentido a la vivencia. Se quedaban con una experiencia enmudecida y pobre. Gracias, entonces, a la Facultad de Ciencia Humanas por permitir dar voz y hacer comunicables, narrables y, por lo tanto, colectivas y enriquecidas a las experiencias de las víctimas –en este caso ex presas políticos- de la dictadura. No pretendo aquí narrarme sólo a mí misma sino a ese colectivo de mujeres que estudiábamos en esta Universidad Nacional de Río Cuarto en los años 73/74/75 y que estuvimos presas durante la dictadura militar: Berta (desaparecida), Lili, Rosita, Lidia, Michi, Beba, Analía, Norma, Nora, Miriam, Graciela. La mayoría estudiantes (y una de ellas docente) y militantes de diversos sectores del peronismo y de la izquierda con activa participación en la vida política universitaria: larguísimas y polémicas asambleas, grupos de estudio, debates interminables. Algunas, como parte de la militancia, fuimos alfabetizadoras de adultos en barrios de la ciudad. Otras colaboraron, desde centros barriales en la organización de los vecinos para la creación de un dispensario o el reclamo para que una línea de colectivo pasara por el barrio, entre otras acciones. ¿Serían hoy, acaso, prácticas socio-comunitarias? Lo seguro es que eran prácticas educativas, políticas y sociales con sentido emancipador y liberador bajo el ideario de Paulo Freire como norte orientador. 

“lejos de seguir siendo prisioneros del pasado lo habremos puesto al servicio del presente, como la memoria -y el olvido- se han de poner al servicio de la justicia”   -Tzevetan Todorov

Ya el año 1975 trajo la oscuridad. Desaparición, cárcel, torturas físicas y psicológicas. Ahora, memoria de los dolores, los miedos, los olores a encierro y a sopa fría, la bronca, la imagen de los corredores desvencijados, los baños de agua helada, el sonido seco de las rejas que se cierran, los gritos, el terror y la angustia a no saber que seguirá…. Pero también los recuerdos de todo aquello que nos salvó de la locura en ese contexto de encierro, aislamiento e inactividad total como forma de castigo (sin libros, ni  medios de comunicación, ni actividad manual o de ningún tipo, ni visitas, ni cartas): las artesanías con los huesos de caracú que limábamos, clandestinamente, con herramientas también sacadas de los mismos huesos; los bordados con hilos sacados de las toallas, los autitos con migas de pan, Susana dándonos clases desde la mirilla de su celda en la cárcel de Córdoba, Jacinta cantando las canciones de Serrat detrás de la reja, los mensajes que a veces llegaban en papeles arrugados de los familiares gracias a la solidaridad de los presos comunes que oficiaban de mensajeros, las comunicaciones mediante código morse con las o los compañeros de celdas vecinas. Creatividad, imaginación, solidaridad que nacen del dolor y del horror. 

Hoy, recordar y contar es una necesidad y un compromiso para enriquecer la experiencia, recrear los inéditos viables de igualdad, justicia y libertad y esa audacia de pensar la práctica educativa como una militancia política por una vida mejor. Recordar para que, narrando los horrores del pasado, alertemos sobre los posibles retrocesos del presente. Recordar y narrar, para, como dice Tzevetan Todorov (2000:37), “lejos de seguir siendo prisioneros del pasado lo habremos puesto al servicio del presente, como la memoria -y el olvido- se han de poner al servicio de la justicia”.

Referencias bibliográficas

  • Benjamin, W. (1982). Experiencia y pobreza. En Discursos interrumpidos I. Madrid: Taurus.

  • Todorov, T. (2000). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.

Canciones para la memoria, contra la censura y el olvido

En tiempos de dictadura, la música jugó un papel fundamental. Mientras la Junta Militar, a través del Comfer, censuraba cientos de temas que no eran de su agrado, varixs músicxs se las arreglaban para expresar lo que sucedía. Ya en democracia, las letras se volvieron directas con un claro pedido: ni olvido, ni perdón.

Seleccionamos  algunas canciones para la memoria, contra la censura y el olvido

Memoria.

Verdad.

Justicia.

*Listado de canciones prohibidas.

Las lenguas muertas no mueren en silencio

Por: Hugo Daniel Aguilar.
Docente en el Departamento de Letras.

En 1958, el filósofo alemán George Steiner en un viejo y olvidado texto llamado El Milagro Hueco, que fue recopilado en Lenguaje y Silencio (1982), reflexionaba acerca del destino del idioma alemán después de la Segunda Guerra Mundial. La lengua de un pueblo es un organismo vivo y posee etapas de evolución y retroceso, de enriquecimiento y caída, afirma el autor. Y relata el estrepitoso derrumbe de la lengua alemana a partir del ascenso del nazismo en 1938. Ese derrumbe continuó con la partida de los hombres que llevaron su lengua al frente de batalla en 1939. Pero también la llevaron los carceleros de los campos de concentración, los generales, los servicios y los alcahuetes. Cuando todo terminó y la lengua volvió con los soldados y los carceleros a su patria, aquel idioma ya no era el mismo. Ya no era la lengua de Brecht, Tomas Mann, Goethe o Holderlin y se había convertido en un instrumento de muerte y exterminio para escribir lo que nunca debió ser escrito, para decir lo que nunca debió ser dicho, para describir lo que nunca debió ser descripto. Porque tarde o temprano aquello que es utilizado para la muerte, la destrucción y el odio termina por contagiarse de aquello que expresa y ya no hay diferencia entre el decir y lo dicho, ni entre el pensar y lo actuado, ni entre la verdad y la mentira. El milagro hueco de la reconstrucción de Alemania se redujo al negocio inmobiliario de USA que los libros de historia llaman el Plan Marshall.  Y es en ese plan que se tejió la mentira sobre el pasado. Entre las personas de la calle, los obreros, los oficinistas, los burócratas, los intelectuales y los usureros  comenzó a crecer el murmullo de que en realidad no había habido tantos campos de exterminio o que posiblemente no hubo ninguno o que no eran tantas las víctimas. O que si hubo campos, el pueblo alemán lo ignoraba. Y poco a poco, como crece una serpiente que se adivina en el trasluz del huevo que la cobija, el idioma alemán acompañó esa mentira hasta convertirla en certeza y en silencio. Aquello que no se nombra no existe y cuando se lo nombra es mejor pensarlo desde el odio y la complicidad, debió pensar aquella sociedad de posguerra, sostiene el autor. Porque cuando sea propicio, piensa Steiner, la serpiente se mostrará en toda su magnitud y abandonará el silencio y convertirá su estatura y su convicción en sentido común. Y la memoria será reescrita desde la negación de la verdad y desde el odio de clase devenido moda, sentido común y moral de pequeño burgués enajenado. El tiempo le dio la razón.

De nuestro lado, Argentina vive desde mediados del siglo XX en una permanente posguerra. Y la lengua que heredamos tiene el mismo destino trágico de aquel idioma que Steiner ya cree muerto en 1958.  

Porque las palabras con las que hablamos, ya no nos sirven para decir nada del mundo que no sea aquello que el sentido común ordena y justifique, aquello que el pensamiento único autoriza y legitima, aquello que el odio devenido ideología determina. Y en ese trance, la verdad se desvanece lentamente con las imágenes del pasado que se pierden y las palabras que se silencian. Y la memoria se vuelve el negocio vil de los medios hegemónicos y de los poderes a que sirven y se deshace inevitablemente en una agonía tan larga como indefectible. 

¿Qué hicimos para merecer esto? Diseñamos categorías que son palabras con las que explicamos el mundo y las guardamos en un cajón hasta el próximo paper o las publicamos donde rigurosamente nadie las lee. Lo cual es una forma sofisticada pero estéril del silencio.  Y le llamamos negacionismo a lo que es un delito o significante vacío a lo que no queremos reconocer como conciencia popular. Y así estamos, creyendo que una pintada avasalla el derecho a pensar diferente que tienen los demás y que estar hartos de los derechos humanos es un estado emocional respetado y respetable, legítimo y legitimable. Si no fuera tan ridículo e indefendible, sería gracioso. Pero no lo es. Porque ninguna tragedia es graciosa. Porque la tragedia no es mentir, la tragedia es creer que el mundo es sólo lo que creemos que es y que cualquier desviación merece la hoguera, la lista negra, el silencio y el desprecio. Y todo, absolutamente todo está en las palabras. O en el silencio, hasta la próxima vez.

El pan del facho - Acorazado Potemkin

Momentos y debates sobre la historia y   la memoria en la Argentina (1976-2022)

Por: Mariano Yedro y Alfio Finola.
Docentes en los Departamentos de Ciencias de la educación y Geografía

En 1976 aconteció el golpe de Estado que inauguró un período cruento de nuestra historia, un terrorismo de Estado que produjo, como cifra simbólica, 30 mil desapariciones, violaciones, detenciones, torturas, robo de bebés. Unos años después, en 1983, se restablecía la democracia. Bajo la presidencia de Alfonsín (UCR) se conformó la CONADEP –Comisión Nacional de Desaparición de Personas-, una comisión que investigó lo sucedido durante aquellos años y que tuvo por resultado la publicación del libro Nunca Más (1984). Finalmente el gobierno realizaría el Juicio a las Juntas en 1985. El gobierno daría marcha atrás con algunas de estas medidas como la sanción de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final en 1987. El contenido filosófico de la mirada alfonsinista sobre el terrorismo de Estado fue la “teoría de los dos demonios” que condenaba y equiparaba la violencia de las organizaciones armadas con las del Estado. Incapaz de comprender el sentido profundo del exterminio esta teoría sería criticada ya en el devenir de los años ´90. 

A mediados de dicha década, en el marco de las leyes menemistas de indulto a los responsables del terrorismo de Estado, se publicaban los tres tomos de La Voluntad, una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina (escrita por Eduardo Anguita y Martín Caparrós), se producía la película Cazadores de utopías bajo la dirección de David Blaustein y de Ernesto Jauretche –sobrino de Arturo Jauretche- y se producían algunos escritos en importantes revistas culturales –como El Ojo Mocho que conformaban Horacio González, Eduardo Rinesi y María Pía López entre otrxs-, o Confines dirigida por Nicolás Casullo y donde participaban Alejandro Kaufman, Ricardo Forster, Ana Amado entre otrxs-. La tónica general de esas interpretaciones apuntó a destacar que el exterminio llevado adelante por las fuerzas armadas tuvo como finalidad ahogar en sangre la movilización social que apuntaba a dar forma a la comunidad organizada, esto es un capitalismo nacional con fuertes componentes de independencia económica y justicia social, a la par que desplegaba el espectro del comunismo. Como afirma Claudia Gilman, los años ´60 y ´70 son los años en los cuáles la época se viste de revolución. Sartre, Beauvoir, el Che Guevara, Mao, Perón, Ho Chi Minh, Marcuse, Allende se reúnen en un escenario que estremece. Pero el escenario de los ´90 con esta pedagogía sobre los ´70 no estaría completo si no mencionamos la acción social educativa desplegada por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo e Hijos. La recuperación de esta memoria no era sólo un reclamo de justicia sino que apuntaba a poner en evidencia que en los ´70 se había intentado crear un país, una comunidad sin excluidos, y que eso había sido abortado por las fuerzas conservadoras, grupos económicos y mediáticos, que tuvieron a las fuerzas armadas como brazo ejecutor de su plan. Y que el menemismo con la destrucción de lo público, el fin de la industria, el endeudamiento después pagado por el pueblo argentino, el neoliberalismo como única ideología posible, no era sino la etapa superior del terrorismo de Estado. Citando a una figura de renombre de la política actual podríamos decir que el 2001 no fue magia, sino consecuencia. 

Unos años después el kirchnerismo recogió como de un jardín estas esquirlas culturales y sociales de los ´70 y las actualizó. En su discurso de asunción Néstor Kirchner no sólo planteó la reconstrucción de “un capitalismo nacional” –lo cual tenía evidentes flujos de continuidad con el peronismo de los años ´40 y ´50- sino que también dijo “vengo de una generación diezmada”. Esas palabras son entendibles porque, como señaló el crítico cultural Alejandro Kaufman, Kirchner fue un sobreviviente del exterminio de los ´70. No es casualidad la serie que se puede armar, o la constelación, que incluiría la baja de los cuadros de Videla del Colegio Militar, el latinoamericanismo, el fin de la relación con el FMI, el retorno de un sentido de lo comunitario social. Las palabras pronunciadas y los actos realizados por el gobierno –si bien ésta ya bullía en el seno social- apuntalaron nuevamente la discusión sobre los ´70. Ésta puede ser visualizada en dos grandes debates nacionales sobre aquél momento: la discusión del No Matarás y la publicación de la revista Lucha Armada. Apelamos a la memoria para recordar aquí algunos aspectos de la primera. El debate sobre el No Matarás tuvo como disparador una carta del filósofo cordobés Oscar del Barco a la revista La intemperie, dirigida por ese entonces por Sergio Schmucler, en la cual planteó una crítica a la violencia que contuvieron los años ´70. Sin dudas una crítica pertinente en función de algunas derivas de algunas organizaciones armadas de aquéllos años como así también de las organizaciones paraestatales que existieron antes y después del golpe del ´76. No obstante, esa crítica no podía hacer olvidar el fin planteado por el terrorismo de Estado –que fue estudiado en estas últimas décadas por Daniel Feierstein bajo el concepto de genocidio-, el de desarticular la movilización social creciente que apuntalaba ordenes sociales más igualitarios. Respondiendo a Oscar del Barco otro filósofo cordobés, Diego Tatián, planteó al No Matarás como “legado paradójico de un tesoro perdido”. ¿A qué tesoro perdido se refería? al de la utopía de sociedades más justas e iguales. 

Este rápido recorrido por diversos hechos y debates de nuestra historia muestra muy sucintamente un devenir que torna hoy como reaccionarias a no sólo aquéllas posiciones, las más groseras, que defienden el terrorismo de Estado, sino también aquéllas, menos groseras, que siguen planteando el narrar “la historia completa” con el objeto de relativizar lo sucedido. En función de lo desarrollado este tipo de argumentaciones ignora absolutamente toda la historia de un largo y complejo debate y que encuentra como eco de fondo los trasnochados vómitos mediáticos que, curiosamente, crecieron y se concentraron en pocas manos al calor de aquél terrorismo de Estado. Recordemos aquéllas palabras radiantes de Galileo cuando era condenado por el oscurantismo dogmático, “E pur si muove”. Este tipo de argumentaciones de “la historia completa” pueden ser tildados de neoconservadores. Como sabemos el neoliberalismo, es decir el orden económico que se impuso con el terrorismo de Estado recoge este discurso dado que le es funcional a justificar el orden heredado. Si hay dos demonios no hay culpables, no hay castigo. No obstante, quisiéramos destacar otro punto, también debiéramos cuidarnos de cómo el neoliberalismo puede usar el tema de los derechos humanos. El neoliberalismo es una gran máquina disolvente de símbolos que los inserta en su maquinaria despedazadora y los vuelve funcionales a su propio movimiento. Por eso tampoco nos debe sorprender el discurso, ya no neoconservador, sino progresista en el corazón neoliberal. Sin embargo, este movimiento hace estallar las coherencias profundas de una historia, porque si el neoliberalismo es el orden que se impuso, en gran medida, gracias a aquel exterminio ¿Cómo se puede sostener la bandera de los derechos humanos mientras se vive en el corazón neoliberal? ¿Cómo se puede traicionar de ese modo la memoria de los muertos que constituyen, como decía Leopoldo Lugones, el adobe de la patria?

La tolerancia no existe

Por: Francisco Del Corro.
Estudiante en el Departamento de Filosofía.

Tolerancia y libertad son, hace tiempo, sloganes funcionales a todo tipo de acciones. Nada demasiado nuevo si tomamos como medida el asedio contra la política, desplegado desde finales de la década de los setenta en nuestro país, en América Latina y en todo el globo. 

Pero la paradoja no tarda en surgir: ¿cómo tolerar la intolerancia? En sí misma, la pregunta nos puede conducir a un palabrerío sinfín. Y lo que necesitamos –porque de eso se trata la política– son acciones colectivas para nuestra vida en sociedad. Así, la formulación de esta paradoja adquiere otro carácter cuando atendemos a sus repercusiones prácticas. Es aquí cuando se presenta el error: tolerar suele identificarse con el silencio, el perdón, la comprensión misericordiosa; todas actitudes que pueden llevarnos a límites difusos y peligrosos. ¿Pero peligrosos para quién? Bueno, básicamente para todo intento de construir y sostener espacios comunes, llámense estos Instituciones, Organizaciones o Universidades Públicas. 

El negacionismo no existe… Permítanme el empleo de este juego de palabras para desenmascarar lo que, creo realmente, se esconde tras este uso neutro de la tolerancia, una postura ideológica que en nuestro país data de una larga tradición: la reacción.
Y volvemos a lo que decía arriba. Son de público conocimiento las discusiones que se han dado en las últimas sesiones dentro de algunos espacios de co-gobierno de nuestra UNRC. Durante las mismas, hemos practicado un ejercicio correcto de lo que es la tolerancia. A pesar de planteos que desbordaban en incongruencias, hemos apostado por la construcción de una institucionalidad colectiva que vaya mucho más allá de la complicidad y las discusiones “por arriba”, sin resultados efectivos y concretos. 

Hemos logrado –y permítanme sentirme parte, junto a tantos y tantas que tuvieron muchísima más responsabilidad en este logro– que esos planteos no vuelvan a ser avalados, demostrando por qué esos planteos no corresponden a la formación que recibimos y ofrecemos al ejercer el derecho a la educación pública, sea en calidad de estudiantes, docentes, graduados o nodocentes. Hemos aportado claridad sobre el peligro que representa la reacción para la vida política y la posibilidad de disentir, discutir y aprender. Porque, efectivamente, si existen pruebas, documentos y vivencias sobre lo ocurrido en la dictadura del año 1976, autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional”, ¿qué hacer con quienes reaccionan frente a los hechos? Debemos dar cuenta de la verdad, de la memoria colectiva y propender a no soportar los abusos de la bravuconería que deliberadamente quiere mentir y ocultar los hechos.

Al estruendo pirotécnico de la reacción, hemos respondido con una postura política que abraza una larga tradición de debates y hechos, en pos de sostener y continuar hacia la vida institucional de una Universidad Pública que tantas veces ha dado muestra de su compromiso político con la sociedad toda. 

En este breve escrito quiero manifestar mi oposición al adoctrinamiento, a la homogeneidad de pensamiento y a la bajada de línea. También mi oposición a seguir confundiendo tolerancia con aceptación del odio y la mentira deliberada. Hay mucho trabajo por hacer para desvanecer las ilusiones de las “diferencias insalvables” y no correr el ojo de cómo reaparece –por aquí y por allá- la reacción contra todo lo que hemos logrado cuidar… porque aunque nos pertenece por igual, muchos insisten en colocarse por fuera. Trabajemos.

Una vez oí tu voz - Me darás Mil Hijos

Presente(s)

Por: Darío Gramajo.
Docente en el Departamento de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales

Elizabeth Jelin (2012, pág. 71) inicia un escrito con una cita de Paul Ricoeur: “El pasado ya pasó, es algo determinado, no puede ser cambiado. El futuro, por el contrario, es abierto, incierto, indeterminado. Lo que puede cambiar es el sentido de ese pasado, sujeto a reinterpretaciones ancladas en la intencionalidad y en las expectativas hacia el futuro”. Hay entonces, en el pasado, un activo, en una doble sentido: la de un haber y en el sentido de una actividad, en donde la lucha por el significación, los escenarios de la confrontación frente a otras comprensiones, otras memorias, otros olvidos, se marcan allí. 

Se trata entonces, de interpretar no los hechos pasados cual si cosas, sino cómo esos hechos son dotados de estabilidad, de solidez, de narrativa, que buscan de acuerdo a sus actores, ser puestas en el escenario público como verdades legitimas. En algunos momentos históricos se busca la Verdad y en otros las verdades. 

La estatalidad de las instituciones estatales proponen un sentido de Verdad, que configura un programa de acceso a la misma que esconde pugnas, direcciones, acciones e ideologías veladas las más de las veces. Son memorias selectivas que forman un relato oficial, sobre todo si la contienda de los hechos y su significación es vital para la creación de un nosotros inclusivo o un nosotros excluyente frente a otrxs. 

Hay sujetxs y acciones que ponen en juicio estas memorias, que disputan el pasado y esto se da, por lo general, en cambios institucionales y libertades construidas o reconstruidas que posibilitan la emergencia de voces antes mitigadas, antes directamente calladas, incluso con la desaparición de las mismas; su voz y sus existencias: tienen la potencia de indicar, si se enuncian desde la voz de las víctimas de la historia oficial, que esta es solo una apresurada forma de suturar heridas que no han cicatrizado. 

La puja por desmontar la Verdad, construida a la fuerza, sin oposición como oficial, da lugar a las nuevas verdades, a las luchas por las nuevas verdades, que lidian por proponer sus memorias en formas de narrativas que signifiquen de los hechos desde la propia mirada. Pero además, si desaparecidas sus voces y sus existencias, la escenificación en el espacio público es doble: las memorias, y además por la verdad y por la justicia. 

La experiencia relevada de las víctimas del terrorismo de Estado en los juicios a las juntas militares da cuenta de la suspensión de cualquier lazo social y político. Es la relación directa del torturador, el desaparecedor o el censor sobre el cuerpo, sobre la voz de alguien. Si ese alguien recuperó siquiera la voz, con su cuerpo en cicatrices visibles y también las profundas, las insondables, ponen en lo público su memoria, para ofrecerlas como relatos de las atrocidades sufridas. Así, la memoria legitimada en una primera muestra como experiencias personales, como vivencia exclusiva de sí mismx, intransferible. 

Si ello fuera solo así, lo intransferible de lo personal puede excluir en su literalidad, a lo colectivo. Por virtud de los organismos y lxs luchadorxs de los Derechos Humanos y por las propias víctimas que hablan por quienes no pueden, quienes nombran a esxs alguien, que no pueden nombrarse a sí mismos son experiencia colectiva en nuestro país. La democratización del pasado es posible por la apertura de lo personal hacia lo colectivo, la construcción de ciudadanía a partir de la memoria. Y de allí la verdad reinstalada por la humanidad de la víctimas, pero para hacerlo colectivo, abstrae la condición concreta, histórica, política y personalmente situada para subvertirla en carnadura social. Pasar de la voz de la experiencia a la experiencia de una ciudadanía plena de derechos dice Jelin. 

Es en principio, la reconfiguración del pasado que demanda reconocimiento y justicia en el presente, para configurar un futuro. Sin embargo, todo lo que debemos a la memoria, ese pasado trágico para nuestro país, eso que queremos recordar para evitar que vuelva a suceder en un futuro, y lejos de quebrar con el presente, es una consecuencia de que el presente sea lo que es. (Jelin, 2012)

Entonces, nuestro presente puede ser la fórmula “recordar para no repetir”. Una advertencia: la característica de la repetición no es en sí su repetición misma, sino su carácter novedoso, su carácter sorprendente como nueva cosa. Solo allí, cataliza la memoria como antecedente de la repetición. Es decir, no hay reproducción prístina del pasado, sino producción de un nuevo sentido que recuerda a aquel pasado, y le asigna el carácter de repetición, y aunque ya no es lo mismo, inevitablemente evoca a aquello. Dice Grüner (2005) que como algo nuevo es “planteado como objeto supremo de la libertad y de la voluntad, y éste es uno de los caracteres esenciales de su novedad: la repetición no ´ocurre´, se la busca

En el último lustro, y aunque desde hace rato, se han producido de manera más masiva dimensiones de supuestas libertades y libertarios entre otrxs exponentes, que están teniendo espacio y buscando configurar sentidos que no pueden verse sino como, al menos, búsqueda de generar verdades alternativas y novedosas, no por lo que dicen, sino por quiénes la hacen, cómo lo hacen, a quiénes se dirigen y los medios por los cuales circula. 

La novedad del proceso es la apelación a sujetos cuya memoria está como en todxs nosotrxs, coartada por la experiencia sobre la experiencia propia sobre la construcción de la memoria sobre los acontecimientos. La novedad buscada en estos discursos libertarios y los otros, aunque mejor neo/microfascistas, es reconfigurar la experiencia de las experiencias del terrorismo de estado de la última dictadura militar. La brutalidad de lo literal, la brutalidad del desasosiego de suponer que la voz puede enunciar lo que sea en democracia no puede sino advertirnos que no todo es posible. La brutalidad de negacionismos y negacionistas es un límite infranqueable. 

Y en este límite, la memoria entra a jugar en otro contexto, el de la justicia y las instituciones, porque como dice Jelin “cuando se introduce la posibilidad de la generalización y la universalización, la memoria y la justicia convergen y se oponen al olvido intencional”. Y al negacionismo en particular, sumamos, porque de la política de la memoria o la hacemos nosotros, o nos resignamos a soportar la que hacen los demás. Y en esos nombres que recuerdan la Memoria, y que luchan por la Verdad y la Justicia para hacer un presente, para evitar la repetición en el futuro. Allí están las  Madres o las Abuelas o Hijos. Y también nosotrxs.

Referencias bibliográficas

  • Grüner, E. (2005). La cosa política o el acecho de lo real. Buenos Aires: Paidós.

  • Jelin, E. (2012). Los trabajos de la memoria. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.

Una mirada feminista de la Memoria por la Verdad y la Justicia

Por:Veronica Franco y Mariela Mattana.
Estudiantes* en el Departamento de Ciencias de la Comunicación.

30.400 no suplanta a la histórica consigna “son 30mil, fue genocidio”, al contrario, la enriquece en colores, le aporta más denuncias al sistema económico que reproduce las desigualdades, la multiplica en las nuevas generaciones preocupadas por nombrar(se). No buscamos fragmentar las luchas, sino habilitar otras voces que complejizan el ejercicio de la memoria. Comprendemos la preocupación por no ponernos de acuerdo en la sigla ¿estaremos exponiendo una grieta donde puede colarse el discurso negacionista? ¿o en realidad estamos abriéndonos a la interseccionalidad de las demandas?

Un reclamo desde la interseccionalidad tiene que tener en cuenta las propias identidades, que no pueden ser homogeneizadas en un todo. La interseccionalidad es un enfoque que enfrenta las desigualdades, teniendo en cuenta las múltiples tramas que constituyen una identidad oprimida: raza, género, clase social u orientación sexual. 

No podemos olvidar que el Golpe Genocida además de imponer mediante el terror un modelo económico de hambre, también buscó disciplinar las identidades y los cuerpos, para proteger “las buenas costumbres”, como la heterosexualidad y cisexualidad obligatoria. El género, la orientación y la expresión sexual eran los motivos políticos por los cuales 400 personas gays, lesbianas, travestis, trans, trabajadorxs sexuales, fueron detenidas, torturadas y desaparecidas.

Tampoco podemos obviar que el proceso de moralización no terminó con la vuelta a la democracia. Las compañeras travestis y trans sostienen queEl genocidio a la población LGBTIQ+ de la dictadura viró, pero sigue estando”. Lo vemos en la corta expectativa de vida, el acceso al trabajo, salud y educación. La demanda por incluir a las disidencias en la consigna es, entonces, una manera de historizar un reclamo que hoy está o debería estar en la agenda de toda la sociedad.  

Sumar a lxs 400 detenidxs desaparecidxs por razones de género es una manera de poner en movimiento la memoria año tras año y la posibilidad de que las juventudes se sientan contenides en la lucha de la Memoria, por la Verdad y la Justicia. La memoria se mantiene viva a través de la mirada crítica, propia y fundante de los movimientos sociales y los transfeminismos, buscamos construir un horizonte de y para todas, todos y todes.

30 mil detenidxs-desaparecidxs presentes, ahora, ¡y siempre!
30.400 compañerxs detenidxs-desaparecidxs presentes, ahora, ¡y siempre!

*Integrantes de Pícara, espacio de Comunicación Feminista

Mara - Victor Heredia

El pasado padecido

Por: Gastón Molayoli.
Graduado en el Departamento de Ciencias de la Comunicación.

En un ensayo que gira en torno a El último bolchevique, la película de Chris Marker, Jacques Rancière dice que la información no es memoria, sino que, por el contrario, “trabaja para el olvido, para afirmar la única verdad abstracta del presente”, precisamente porque “cuanto más abundan los hechos, más se impone su indiferente igualdad, la imposibilidad de leer en ellos una historia”. En una época como esta, atravesada por un bombardeo sensorial, la discusión literal en torno al número de muertos y desaparecidos durante la última dictadura cívico-eclesiástico-militar en Argentina no hace más que imponer, de una forma descontextualizada, la lógica de la mera información para afirmar que los hechos se sucedieron producto de una guerra entre dos bandos equiparables en su fuerza y para negar, en el mismo gesto, el genocidio en su carácter clandestino. 

Abrir la discusión en torno a este número es, en el fondo, y aunque parezca paradójico, un modo de clausurarla. La figura del desaparecido tiñe cualquier número de una ambigüedad horrorosa y vuelve imposible la tarea de contar lo incontable. La cifra está abierta, como sostuvo Martín Kohan durante su cruce con el ex ministro de cultura porteño, porque todavía exigimos que digan dónde están. Lo que pretenden quienes pugnan, tan pudorosamente, por una “memoria completa”, es en el fondo completar el olvido. Dice Rancière: “el reino del presente no se conforma con enterrar todo en el pasado. Hace del propio pasado el tiempo de lo dudoso”.   

El cine argentino de las últimas dos décadas se enfrentó a estos problemas de múltiples, formas sobre todo en el campo del documental, a través de exponentes notables como Albertina Carri, Nicolás Prividera, Germán Scelso, Agustina Comedi, Andrés Habegger, entre otros. El más terrible de estos problemas es la dificultad desgarradora de conocer qué sucedió, dónde están, qué hicieron con ellos. ¿Cómo mostrar lo inmostrable, cómo hacer visible lo que la represión condenó y sigue condenando al limbo de lo no visible? En las películas de algunos de estos cineastas las fotos de los desaparecidos permanecen suspendidas, como si el tiempo no hubiera pasado. ¿Cómo completar la memoria, entonces, si el duelo no fue posible, si todavía hay personas que desconocen su identidad?

Otro problema con el que se enfrentan los cineastas está ligado a la imposibilidad de representar la muerte o la desaparición ya no de una persona, sino de miles o millones. Decir o escribir, como sostiene Gustavo Aprea, “que los nazis mataron a millones de víctimas inocentes es una posibilidad que brinda la lengua, pero mostrar millones de asesinatos es físicamente imposible”. Si a esto le agregamos, volviendo a nuestro país, que los genocidas cometieron sus crímenes en la clandestinidad, la representación se vuelve inaccesible y sólo puede desplegarse bajo la forma escurridiza, y sin embargo fundamental, del testimonio. 

Memoria.

Verdad.

Justicia.

Un ejemplo que ilustra las posibilidades del cine para transitar las zonas más incómodas, es El hijo del cazador, de Germán Scelso y Federico Robles, un documental acerca de Luis Quijano, el hombre que denunció por delitos de lesa humanidad a su padre, el represor Luis Alberto Cayetano Quijano (también conocido como “Ángel”). Durante su testimonio frente a cámara, Quijano relata el modo en el que su padre lo hacía participar, cuando tenía solo quince años, de operativos que implicaban secuestros, torturas, homicidios y destrucción de documentos. Durante el entramado del documental, los directores no están interesados en desandar el camino hasta llegar al origen de un trauma, sino en trascender los límites de la intimidad. Los fragmentos más valiosos del testimonio son aquellos en los que Quijano habla no solo de su vida personal, sino del puente que conecta su experiencia con un modo de pensar el mundo, con una ideología. ¿Cómo ordena la realidad el hijo de un represor que treinta años después de haber asistido al horror desde el bando de los victimarios asume la posición de víctima y decide denunciar a su progenitor? ¿Su pensamiento, debido a esa traición filial, se vuelve automáticamente de izquierda? Robles y Scelso generan las condiciones para que el mismo Quijano responda a estas preguntas, de manera sutil al principio, más explícita al final, cuando utiliza expresiones como “subversión”, “zurdos” o “guerra civil”, maneras diferentes de nombrar al otro, al “enemigo”, y de explicar lo sucedido desde una posición que reproduce la teoría de los dos demonios. 

En El hijo del cazador nunca queda del todo claro qué motiva a Quijano a denunciar a su padre (si lo hace, como le sugiere alguien del poder judicial, porque lo desheredan, o si lo desheredan porque lo denuncia), aunque se pueda deducir que su postura se acerca a la justificación alfonsinista enmascarada en los “niveles de responsabilidad”, sobre todo al que refiere a quienes en “la lucha fueron más allá de las órdenes recibidas”. Como si la impugnación que el hijo le hiciera al padre y a todos los que participaron de la represión estuviera ligada al exceso, a la perversión, a la falta de códigos en términos militares o a la manipulación abyecta de la noción de botín de guerra para robar dinero, muebles o joyas de las víctimas. Para Quijano su padre no fue un engranaje dentro de un sistema de represión sostenido por un plan económico, sino simplemente un hombre sádico. De ese modo puede cuestionarlo a nivel personal y al mismo tiempo replicar su cosmovisión, aunque sostenga que por momentos hace un esfuerzo enorme por no parecerse a él. 

La paradoja que encarna Quijano es similar a la de aquellos que dicen rechazar la dictadura y al mismo tiempo, en nombre de una “memoria completa”, avalan el proyecto que la sostuvo, el relato que la defendió y sus consecuencias visibles: la demonización del Estado, la glorificación del mercado, el individualismo, la ruptura de los lazos sociales y un rechazo absoluto por cualquier evocación justa de un pasado que sigue abierto.  

Referencias bibliográficas

  • Aprea, Gustavo (2015), Documental, testimonios y memorias. Miradas sobre el pasado militante, Manantial texturas, Valentín Alsina, Argentina.

  • Aprea, Gustavo (2004), La memoria visual del genocidio. En Pensar el cine 1. Imagen, ética y filosofía, Gerardo Yoel (comp.). Ediciones Manantial, Buenos Aires, Argentina. 

  • Feierstein, Daniel (2012), Memorias y representaciones. Sobre la elaboración del genocidio, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, Argentina.

  • Rancière, Jacques (2018), “La ficción documental: Marker y la ficción de la memoria”. En La fábula cinematográfica, El cuenco del plata, Buenos Aires, Argentina.

Mejor hablar de ciertas cosas

Por: Fanny C. Bandini.
Graduada en el Departamento de Filosofía..

Mientras transcurre nuestro presente, hay muchos pasados latentes que le sostienen, dan o niegan sentidos, justifican o cuestionan. No hay un pasado, sino tantos como sujetxs recordantes lo reconstruyan, cuenten o piensen. La  Memoria se mantiene en costante movimiento. Incluso sabemos que en una misma trayectoria de vida, la interpretación del mismo suceso puede cambiar a partir de nuevos conocimientos o modificaciones de perspectivas por la experiencia misma.

Mientras transcurre nuestro presente, tan constante en ese devenir imparable, hay muchas verdades. Cada una con su vestido, su impronta, fuerza o debilidad. Algunas tan defendidas y otras tan olvidadas. Esas verdades son sostén de vidas, instituciones, comunidades. Cuando se debilitan, hacen temblar estructuras completas, cuando salen a la luz pueden derrumbar enormes constructos, y aunque el golpe sea duro, sobre esas ruinas se podrá edificar lo nuevo.

Mientras transcurre nuestro presente, la Justicia parece escribirse cada vez más con minúsculas. Viciada en sus prácticas institucionales, su idea se erige como una gran utopía, en un mundo que las olvida o descarta por su dificultad, o la sensación de su imposibilidad.

Mientras transcurre nuestro presente y se nos escurre de las manos, lleno de promesas y anhelos incumplidos; recordar, proclamar una verdad, buscar justicia, parecen a menudo luchas carentes de esperanza. Cada vez que creemos haber avanzado en un sentido y alguna circunstancia nos detiene o se retrocede, el agobio y el cansancio toman fuerza.

Sin embargo, no se trata de eliminar la diferencia de perspectiva, de opinión, ni siquiera la revisión de nuestra historia. Sucede que a nuestra sociedad le ha costado mucho tiempo tejer un discurso que unifique mínimamente la mirada sobre momentos tan oscuros de nuestra historia como lo han sido los gobiernos de facto.

Por eso, nos debemos un esfuerzo mayor en el diálogo, en los intentos de comprender los fundamentos de aquellos pensamientos que no compartimos. Subestimar una idea por considerarla equivocada es una pérdida, una oportunidad menos  de conseguir intercambios significativos. Clausurar la palabra es el peor de los caminos, porque es el que los cierra todos. Nos aleja, nos separa, resta, divide. Y nos impide crecer como sociedad en el respeto por la otredad, la dignidad y la libertad.

Escuchar y darnos tiempo. Hacer y hacernos preguntas. No comprar versiones enlatadas. Una verdadera práctica democrática no acepta la sordera ni el silenciamiento. 

No llegaremos quizás a ver los cambios que deseamos, pero necesitamos abrir los surcos donde sembrar las ideas y actitudes que nos lleven a ellos. Educar para el cuidado, para construir un futuro que sea nuestro orgullo, cuyas verdades sean liberadoras y donde la justicia sea una práctica cotidiana.

Nos debemos una educación con mayor acento en las prácticas dialógicas y argumentativas, para hacer de la opinión sin fundamentos una cuestión que cualquiera pueda indagar, cuestionar.

Nos debemos más humildad, más calma, más ideas, más comprensión. Es fácil cerrar la puerta y darlo todo por perdido, dejar fuera todo lo que no nos gusta, nos molesta. Pero seguirá allí, y estaremos cada vez más encerrados, separados, y nos perderemos de ricas e interesantes discusiones, sobre todo.

Memoria, Verdad y Justicia puede ser una bandera bajo la cual las mayorías podríamos cobijarnos. Nuestro trabajo es construir una memoria colectiva que abrace a los Derechos Humanos sin tergiversaciones, con apertura, con seguridad de que, si algún día llegan a respetarse realmente, tendremos una vida mucho mejor.

Green Lover - Lisandro Aristimuño y Gabo Ferro

Malvinizar la historia para descolonizar la memoria

Por: Aimé Aminahuel.
Graduada en el Departamento de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales.

«Para liquidar a las naciones -decía Hübl-, lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su historia. Y luego viene alguien y les escribe otros libros, les da otra cultura y les inventa otra historia. Entonces la nación comienza lentamente a olvidar lo que es y lo que ha sido. Y el mundo circundante lo olvida aún mucho antes…»

El libro de la risa y el olvido – Kundera

Comprender 1982 para malvinizar es el título de un análisis que publicó hace poco el historiador sureño Miguel Auzoberría. Santacruceño por adopción, Miguel vivió y transitó el conflicto bélico en el sur, en Río Gallegos. En su escrito, hace referencia a la desinformación que circulaba a través de las radios y, a la vez, se pregunta por las contradicciones del discurso militar que encarna -aún en la actualidad- los relatos hegemónicos sobre Malvinas ¿Se podía llevar adelante una guerra anticolonialista con un Ministro de Economía (Alemán) y un Canciller (Costa Méndez) connotados abogados de empresas de capitales ingleses? (Auzoberría, 2021).

Comprender 1982 es integrar a la memoria la pregunta incómoda de Auzoberría. En palabras de la antropóloga Rosana Guber (2007), la experiencia de los pueblos es pródiga de memorias discordantes y esas discordancias operan de diversos modos en los discursos sociales. Guber hace años es una referente en los estudios sobre Malvinas. En un artículo del 2007, plantea que en América Latina desde mediados de los años ’80, las y los intelectuales empezaron a utilizar el concepto de “memoria” como una herramienta política para problematizar nuestros pasados y actuar al respecto. En ese sentido, retoma los distintos enunciados que explican o se asocian en la memoria popular al relato Malvinas (“la gesta heroica”, “la invasión”, “la recuperación de las islas”, “la reacción de la dictadura”, “la unidad de los argentinos”, “la caída del gobierno militar”, etc.), para hacer hincapié en la ausencia de neutralidad y en la carga moral que da cuenta del sentido que opera en la historia y encarna la disputa discursiva e ideológica del presente que, como sostienen los autores de la sociosemiótica: también es material. 

Malvinas y la geopolítica imperial

Comprender 1982 es problematizar la geopolítica imperial en Argentina y en el mundo, no sólo a partir del rol de los Estados invasores, sino, también, de las corporaciones transnacionales lobistas, que en la actualidad disputan proyectos estratégicos de acumulación. Comprender 1982, es discutir el capitalismo en su fase imperialista; ya en 1916, Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) distinguía esta fase del sistema por su hiper concentración deslocalizada geográficamente, por el rol de la oligarquía financiera y por la clara asociación entre capitalistas internacionales que se reparten el mundo -y los pueblos que en los territorios habitan-. 

El 29 de abril de 1982 en plena Guerra de Malvinas, Auzoberría (2021) relata que el gobierno militar elevó un proyecto para la privatización de empresas públicas. El entonces ministro de Obras y Servicios Públicos, Sergio Martini, realizó el lobby para privatizar 17 empresas que se encontraban bajo control estatal; muchas de estas empresas, luego fueron adquiridas por capitales europeos y estadounidenses. El plan comprendía a la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel); Empresa Nacional de Correos y Telégrafos (Encotel); Argentina Televisora Color – Canal 7 (ATC), Aerolíneas Argentinas, Ferrocarriles Argentinos, CONARSUD Asesoramiento y Consultoría S.A.; Obras Sanitarias de la Nación, Hidroeléctrica Norpatogónica (Hidronor S.A.), Agua y Energía Eléctrica, Servicios Eléctricos del  Gran Buenos Aires (Segba), Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), Yacimientos Carboníferos Fiscales (YCF), Gas del Estado, Química Río Tercero. 

El desprendimiento de empresas estatales en plena guerra de Malvinas no fue un acto aislado y contradictorio del gobierno militar argentino; al contrario, de acuerdo a David Harvey (2015) durante la década de los ochenta, la mayoría de los países latinoamericanos -principalmente aquellos que estaban bajo la sombra de golpes militares financiados desde EEUU- experimentaron privatizaciones de sus activos, a la vez que éstos también fueron adquiridos en su mayoría por capitales extranjeros o grupos concentrados locales con actuación y connivencia de intereses trasnacionales.  En América Latina, estas decisiones se definieron bajo dictaduras que promovieron programas neoliberales, modelo de acumulación hegemónico en el continente, al menos hasta las crisis de principios del S. XX1. Un modelo privatista, extranjerizante y que por lógica socaba cualquier intento de soberanía; asentado tanto en los intereses de las elites económicas de los países, como de las corporaciones transnacionales, los organismos financieros internacionales, los Estados comandados por militares, elites u oligarquías, el neoliberalismo representó el acrecentamiento de los activos de los grandes grupos concentrados de la economía mundial. Corporaciones no sólo vinculadas al sector productivo, sino principalmente al energético, al de extracción de recursos naturales y al sector financiero, vieron acrecentadas sus riquezas, todo ello, en detrimento de la soberanía de los Estados.

Por lo tanto, comprender Malvinas implica honrar la gesta heroica de nuestros jóvenes que fueron a la guerra para defender la soberanía nacional y reconocer a la vez, que el gobierno militar le declaraba la guerra a un Imperio, mientras fomentaba la bicicleta financiera y las privatizaciones desde el Palacio de Hacienda. De esas discordancias se teje la memoria. 

En la actualidad las disputas del capital concentrado a escala internacional han llevado al mundo a conflictos bélicos dolorosos para los pueblos, algunos más televisados que otros. Sin embargo, como en el caso Ucrania-Rusia donde no podemos dejar de mencionar el rol de las empresas de gas en la escena internacional, en Malvinas también tenemos grupos económicos interesados. En la actualidad hay poderosas empresas petroleras que hasta hace poco realizaban -de manera ilegal- explotación y exploración de hidrocarburos en las Islas Malvinas: Chrysaor Holdings Limited y Harbour Energy Plc., con sede en Reino Unido, y Navitas Petroleum LP, con sede en Israel. Asimismo, existen importantes intereses estadounidenses en alianza con compañías británicas, por ejemplo, Rockhopper Exploration y Diamond Offshore, Falkland Oil And Gas Limited, Borders And Southern Petroleum, Rockhopper Exploration, Diamond Offshore Driling, BHP Billition y Argos. Muchas de estas empresas son lobistas y financistas de los gobiernos europeos y estadounidense, hoy reacios a reconocer la soberanía argentina en Malvinas y la permanente invasión inglesa, pero escandalizados con la invasión de Rusia a Ucrania. Al parecer, la moral internacional tiene dobles estándares cuando de intereses económicos se trata.

No debemos dejar de mencionar que en Malvinas se disputa la soberanía nacional y su materialidad: el control de las islas permite controlar el tráfico marítimo mediante el paso bioceánico que une el Atlántico con el Pacífico (el estrecho de Magallanes, canales de Beagle y Drake). Asimismo, las islas son un eje de proyección geoestratégica hacia la Antártida que actualmente representa el 80% del reservorio de agua dulce del mundo. A su vez, en lo económico, las islas poseen importantes recursos pesqueros, hidrocarburíferos, minerales y metalíferos (Formento, et.al., 2017). Finalmente, en Malvinas se asienta una de las bases militares más importantes del Atlántico Sur, en Mount Pleasant, con aviones de última generación, con silos y rampas para el lanzamiento de armas nucleares, lo que implica, en términos geopolíticos: un enclave para la proyección aeronaval, con capacidad para desplegar armamento nuclear.

Por lo tanto, a cuarenta años de la Guerra, es necesario incomodar la memoria con estos debates para reafirmar que la cuestión Malvinas no es sólo un problema argentino y latinoamericano, sino de relaciones globales de poder. Es una disputa que está englobada en proyectos estratégicos de acumulación de grandes empresas, que pujan por configurar el orden mundial en pos de garantizar sus ganancias extraordinarias. La disputa es la soberanía de los pueblos o el gobierno de las corporaciones, comprender ese clivaje político permite malvinizar la historia y descolonizar la memoria.

Referencias bibliográficas

¿Por qué y para qué SEGUIR haciendo docencia militante de la Memoria?

Por: Sandra Ortiz.
Docente en el Departamento de Ciencias de la Educación.

Hay palabras que dicen más de lo que el diccionario indica. Hablar de “Memoria” nos evoca la ética necesidad de transitar por el doloroso camino de la última Dictadura Cívico Militar por la que Argentina fue castigada. Pero hay 30000 voces silenciadas que nos alertan a seguir una y otra vez; hay HIJOS, Madres, Abuelas que deben seguir siendo acompañados en su búsqueda y hay Derechos Humanos que deben seguir siendo conquistados. 

En este lugar histórico – político estamos convencidas que la docencia militante no es una opción más, es mucho más, es el horizonte esperanzador que orienta nuestras prácticas en el aula, en el Acto Escolar, en el patio, en la universidad y donde acontezca el proceso educativo en sus múltiples formas. Somos docentes de una o varias disciplinas, donde creamos, recreamos e interaccionamos con un campo de conocimiento, apelamos a estrategias a fin de construir colectivamente puentes que nos unan: docentes / estudiantes / contenidos. Sin embargo, lo central es una trama casi invisible que sostiene ese proceso, una trama de elecciones y posicionamientos políticos ideológicos que le dan sentido y significado a nuestras prácticas docentes. 

Habitar el concepto “Memoria”  desde esta trama, es llenar de palabras el pañuelo blanco, es pensar que 30000 no un número sino un puñado de pasiones, es sentir Como la Cigarra canta con dolor y luz, es enojarse cuando suena “algo habrán hecho”, o temblar cuando pasa un Falcon verde cerca, también es lagrimear ante el recuerdo de una guerra absurda,  es no saltar por creer haber ganado un Mundial, es explicar la sigla CONADEP, es mirar al cielo para ver donde se volaron las cenizas de tantos libros y revistas,  es desentrañar las metáforas no tan metáforas de los bastones largos o de la noche de los lápices o…o…

Conceptos, datos, símbolos, textos; convicciones que marcaron huellas y que sentimos que hay que seguir sanando, pero de adentro hacia afuera, las heridas fueron profundas y se impone continuar con el necesario trabajo de hacer docencia con las juventudes que van siendo atravesadas por diversos relatos y miradas. 

Concientizar en la Memoria es y será siempre nuestro horizonte esperanzador para que NUNCA MAS!!!!!

Cine para la Memoria, por la Verdad y la Justicia

Cuando se habla de la memoria, en el caso específico de Argentina y la sangrienta dictadura militar (1976-1983), la referencia parece instalarse fundamentalmente en lo testimonial o lo confesional.  Sin embargo, la industria del audiovisual es mucho más diversa y compleja. La televisión, por su parte, con su única moral que es la de entretener, banalizó el dolor llevándolo al extremo de la telenovela, hizo del sufrimiento otro posible sitio del show. El cine, en cambio,  recurrió  a diferentes formas de abordajes narrativos  en donde se pueden diferenciar dos tipos de películas que aluden a la temática dictatorial: la de lxs desaparecidxs, en particular,  y las que se remiten a los hechos represivos en general. 

Muchas de las producciones,  de gran éxito comercial,   se ajustaron a la estética del mercado libre, la retórica publicitaria y  la aplicación de ciertos paradigmas del melodrama. Otras, que se mantuvieron  al margen de la industria, se distanciaron de cualquier tipo de éxito comercial decoroso, y no ingresaron en las coordenadas de la rentabilidad económica, sino que se interrogaron respecto de la Historia (la argentina) y la historia (la ficción) que la cuenta. Estas producciones proponen  un posicionamiento cinematográfico diferencial, precisiones documentales y decisiones narrativas  que evitaron cualquier estereotipo. Procuraron también buscar una perspectiva de verdad y despojarse de todo rasgo de oportunismo respecto de la problemática abordada. Hicieron de la historia algo más que una escenografía, intentaron  auspiciar en la imagen una memoria que, de una forma u otra, convoque a la deliberación.

Para este dossier sumamos un catálogo de películas sobre la última dictadura, el terrorismo de Estado y la transición democrática en la Argentina.

Historia reciente e historia local: 
 Problemas y abordajes para su estudio

Por: Ludmila Norris.
Graduada en el Departamento de Historia. (Adscripta en el Dpto. Ciencias de la Educación).

El siglo XX, en términos benjaminianos, nos legó una ‘experiencia vivida’ impregnada por el trauma que, según las latitudes, adquirió la forma de guerras, genocidios y totalitarismos. Podemos observar que la diada memoria e historia se materializa -y ejerce su potencia- en la esfera pública interpelando a actores estatales y sociales, al mismo tiempo que consolida un campo de conocimiento en torno a un tiempo pretérito violento: la Historia reciente y los estudios sobre la memoria.

Precisamente, en la producción historiográfica argentina de los últimos treinta años, se constituyó un campo de conocimiento en creciente legitimación y producción académica (jornadas, publicaciones, seminarios y especializaciones de posgrado), acompañado de un contexto de época signado por políticas públicas que reconocen la responsabilidad del Estado en la represión ilegal, lo cual se evidencia en la declaración de inconstitucionalidad y nulidad de las leyes dictadas en los gobiernos de Alfonsín y Menem, los juicios por la verdad, la reparación a las víctimas y la creación de una amplia variedad de sitios y archivos de la memoria. 

Hacemos referencia a la conversión del pasado reciente en un objeto de estudio cada vez más frecuentado por una nueva generación de historiadores argentinos, es un fenómeno propio de la historiografía occidental contemporánea el haber construido como objeto al pasado cercano que “no está hecho sólo de representaciones y discursos socialmente construidos y transmitidos, sino que además está alimentado de vivencias y recuerdos personales, rememorados en primera persona… un pasado en permanente proceso de ‘actualización’” (Franco y Levín, 2007: 31). En consecuencia, la cronología define la particularidad de la Historia reciente, sino el significado de los hechos de un tiempo pretérito violento en el presente. En este punto se establecen las interrelaciones teórico metodologías con la Historia oral y las prácticas etnográficas en los “archivos de la represión” (Da Silva Catela, 2002) que reúnen documentos producidos por las fuerzas de seguridad.  

De este modo el pasado es revisitado, reinterpretado, resignificado, es un tiempo abierto. Precisamente, la Historia reciente da cuenta de esta coetaneidad entre pasado y presente debido a la supervivencia de actores y protagonistas del pasado en condiciones de brindar sus testimonios.

En este punto, podemos observar que se trata de un campo historiográfico sumamente heterogéneo en el núcleo de temas y problemas que contiene, lo cual nos interpela sobre qué posibilidades y qué aportes pueden realizarse al conocimiento del pasado cercano a partir de explorar las realidades locales. Es a partir de esta premisa, que podemos pensar, como lo propuso Jensen (2010), las posibilidades y los aportes que pueden realizarse a la investigación del pasado reciente desde los espacios que habitamos: lo regional y lo local como escalas de observación al ser considerados espacios de producción política, social y cultural. Adoptar dicha perspectiva implica matizar las explicaciones globales del pasado reciente para observar cómo determinados procesos sociales han sido experimentados localmente, por lo cual -como afirma Bandieri- “la región [es] una hipótesis a demostrar antes que una entidad previamente establecida” (citado en Jensen: 2010). Este enfoque no invalida o niega a la historia nacional, sino que admite que el sentido de acción humana es inescindible de sus contextos sociales de ocurrencia y que los actores situados en un espacio ni realizan un guion prefigurado a escala nacional, ni actúan dentro de los límites geográficos o político-administrativo de la localidad.

En nuestra ciudad, un repositorio de documentación relevante para trabajar Historia reciente es el Archivo Municipal de la Memoria, creado en 2008 y ubicado en el macrocentro. Funciona en una casona decimonónica otrora taller de carpintería perteneciente a la empresa estatal Ferrocarril Central Argentino; dicha construcción edilicia pasó a denominarse Casa de la Memoria en 2006. En un primer momento, tanto el Archivo como la Casa estuvieron a cargo de organismos de Derechos Humanos, siendo en la actualidad administrada por el municipio. El Archivo Municipal de la Memoria, alberga a la Biblioteca Jorge Harriague -militante riocuartense desaparecido- y libros recuperados de un centro clandestino de detención (D2 policía de Mendoza). Asimismo, se encuentran repositorios que ofrecen fondos bibliográficos, documentales, gráficos y audiovisuales relacionados principalmente con la política, la historia, la filosofía, la literatura, y los derechos humanos, del pasado reciente.

Por ejemplo, para abordar las políticas educativas del período, se puede recurrir a las circulares de la Dirección Nacional de Educación Media y Superior (DINEMS) dependiente del Ministerio de Cultura y Educación emitidas durante el período 1976-1983. Dichas notificaciones tienen por destinatario a los directivos de establecimientos educativos de los niveles mencionados, quienes, a su vez, daban a conocer su contenido a los profesores. El contenido de las circulares es amplio y alude a cuestiones de índole curricular, reglamento y cesantía docente, sanciones disciplinarias y prohibición de bibliografía, entre otras cuestiones. 

Cabe aclarar, que dichas circulares se encuentran en soporte papel también en el Archivo Provincial de la Memoria en Córdoba capital. La selección de dichos documentos se debe a que, en términos de Pineau (2006, 2014), constituyen parte del dispositivo de la ‘represión normativa’. Desde 2019 los fondos documentales de la Casa de la Memoria se encuentran en proceso de ordenamiento y catalogación, con la finalidad de abrirlos de manera libre y gratuita a la sociedad.

Referencias bibliográficas

  • Da Silva Catela, L. (2002) “El mundo de los archivos”. En: Da Silva Catela, L. y Jelin, E. (Comps). Los archivos de la represión: Documentos, memoria y verdad. España: Siglo XXI Editores.
  • Franco, M y Levin, F. (2007) “Historia reciente: cuestiones conceptuales y recorridos historiográficos”. En: Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción. Buenos Aires: Paidós.
  • Jensen, S. (2010) Diálogos entre la Historia Local y la Historia Reciente en la Argentina. Bahía Blanca durante la última dictadura militar. XIV Encuentro de Latinoamericanistas Españoles: Congreso Internacional. España. 1426-1447 
  • Pineau, P. (2014) Reprimir y discriminar. La educación en la última dictadura cívico-militar en Argentina (1976-1983). Educar em Revista, (51), 103-122. http://www.scielo.br/pdf/er/n51/n51a08.pdf
  • Pineau, P. (2006) Impactos de un asueto educacional. Las políticas educativas de la dictadura (1976-1983). En: Pineau, P. y otros. El Principio del fin. Políticas y memorias de la educación en la última dictadura militar (1976-1983).  Colihue. Buenos Aires.
  •  

Memoria.

Verdad.

Justicia.

Pasamontañas (2006) - Cortometraje dirigido por Martín Turnes

Rocío, de 7 años, ve a su tío Manuel esconder cosas en la casa de ella, percibe que sucede algo extraño y que debe guardar el secreto. Antes de despedirse, él le regala su gorro pasamontañas con el que ella inventa juegos nuevos.

Producido por:

Marcos Altamirano

Diseño:

Javier Toribio

2022 - Facultad de Ciencias Humanas - Universidad Nacional de Río Cuarto