Facultad de Ciencias Humanas

18 de marzo - Inicio del primer cuatrimestre

Construir para la infancia

La práctica sociocomunitaria que tiene a la profesora Miriam Berlaffa como responsable, comenzó en el año 2015, cuando ella se acercó al comedor comunitario Ilusiones, ubicado en la zona que abarca el barrio Islas Malvinas, Cola de Pato y La Cava y supo, gracias a una conversación con la presidenta del comedor, que en el lugar había actividades como alfabetización de adultos, apoyo escolar, folklore, catequesis, bordado, pero ninguna para los niños que aún no tienen la edad para entrar al sistema de educación formal.

A partir de ese momento, la docente con la ayuda de otras colegas y estudiantes comenzó con esta práctica que consiste en la creación del Jardín Maternal Pasitos de Ilusión. El comienzo fue complejo, porque en aquel momento las prácticas sociocomunitarias no tenían presupuesto. La profesora Berlaffa se encargó de conseguir las sillas y las mesas, y comenzó con la recaudación de un fondo mensual en donde aportaban aquellos que querían colaborar para poder desarrollar las actividades. “Juntábamos mil pesos para comprar galletitas, té y material pedagógico. Así empezamos, en la total pobreza de recursos materiales y económicos, pero en la total riqueza de procesos educativos y actos”, dice.

Desde el año 2016 cuentan con un presupuesto, que se amplió un poco más este año, debido a la asociación que establecieron con la ONG Oasis, que trabaja el abuso sexual infantil, y con la Subsecretaría de Niñez de la Municipalidad.

La docente cuenta que algunas veces realizan actividades para recaudar plata, como por ejemplo una feria de platos que hicieron hace unos años para poder pagar la electricidad, pero no es mucho lo que se puede organizar porque no disponen ni de tiempo ni de personas.

“Venimos con intentos para ver si podemos lograr tener un espacio del comedor, porque ahí hay muchas actividades y es más difícil. Pedimos donación de terrenos fiscales, pedimos baños públicos, no obtuvimos nada. Estamos buscándole la vuelta para construir una salita y un baño”, cuenta Berlaffa.

Al jardín asisten niños de entre 1 y 5 años. Si bien la cantidad va fluctuando, la mayoría de los días las estudiantes y docentes trabajan con 15 niños. Funciona de lunes a viernes, dos horas por día. Horas en las que el juego es el centro de un espacio creado para compartir y contener a los más pequeños del barrio. “Nosotras no planificamos de la manera en que se planifica en la educación formal, para no perder de vista el motivo y lo que nos proponemos con esta práctica, con esta intervención en el barrio, ya que consideramos que uno educa por más que ni siquiera se lo proponga en una planificación, está lleno de prácticas educativas, desde tomar la merienda, aprender a jugar y compartir con un compañero, diferenciar los colores. Y para todo eso no necesitamos planificar tanto y nos encanta, porque eso descontractura muchísimo, la pasamos lindo, nos divertimos con ellos. Es un turno de placer y no de obligación”, explica la docente.

Agrega además que la mayoría de las estudiantes eligen realizar la actividad, por lo que todos los años arman equipos para ir al barrio, acompañadas por alguna de las docentes y adscriptas que integran esta práctica.

Esta experiencia es un insumo importante para trabajar los contenidos de las asignaturas que comprenden el proyecto – Psicología del desarrollo infantil I, Psicología del desarrollo infantil II y el Seminario Procesos de Subjetivación – ya que permite ver, en los talleres de articulación, el material teórico con el material que se genera en la práctica, y así poder abordar diferentes temáticas como conductas infantiles en función de la edad de los niños, logros en el desarrollo de la inteligencia del aparato psíquico o la constitución de la subjetividad. La profesora comenta además que esta práctica ha permitido advertir que hay estudiantes que si bien tienen un bajo rendimiento académico, realizan un excelente desempeño en el jardín con los niños, lo que es importante ya que cuando las alumnas se reciben lo que se les exige es que sepan qué hacer con la infancia. “La práctica empieza a tener un peso tan importante como los contenidos, porque ahí pasa algo. Posiblemente hay cuestiones que tienen que ver con otras culturas de aprendizaje que no tienen que ver con la cultura de aprendizaje que favorece y permite la universidad, sino otros lugares donde se puede ver que las alumnas tienen un saber hacer con la infancia”. Sostiene también que las prácticas deberían incluirse en los programas y en las curriculas de las carreras para que todo el trabajo no quede desacreditado en la formación académica.

 La entrada al barrio no fue fácil. Implicó un trabajo con mucha prudencia y tiempo, para que la gente del lugar pudiera creer en las intenciones que tenían con la práctica. Es por esto que

Pasitos de Ilusiones es, según expresa Berlaffa, un proyecto a largo plazo y espera que quienes continúen apuesten por más. “En cuanto a lo social estamos cubriendo un bache, un vacío que no cubre el Estado”, indica.

El jardín, que deja de existir sin la práctica, supone para estudiantes y docentes un compromiso que la trasciende, algo que se vuelve personal. “Lo más importante es estar con ellos compartir una cena, preguntarles cómo se llaman, con quiénes viven, qué hacen, a qué grado van. Todo esto solo se puede hacer cuando uno tiene un compromiso genuino con lo que está haciendo. Si esto fuera para cumplir con una exigencia académica, no sería lo que es”, concluye la docente.

 

 

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