Facultad de Ciencias Humanas

18 de marzo - Inicio del primer cuatrimestre

A 40 años del golpe militar

Me apropio de la letra de Volver y la resitúo. Me aferro por un momento a sus palabras que ayudan a esbozar éstas, mis palabras.

Sentir
que es un soplo la vida
que veinte años no es nada
que febril la mirada
errante en las sombras
te busca y te nombra.

Doble veinte años y no puedo decir que son doblemente nada.
Me piden que escriba desde lo personal, desde lo subjetivo, y sabemos que ese es un lugar incómodo, porque cuando uno objetiva se distancia, se para en un lugar otro y desde ahí construye su discurso, con una mirada desde afuera de uno mismo. En estos últimos días me han pedido que hable acerca de lo que se siente a cuarenta años del golpe y lo diré sin vueltas, se siente mal. Los aniversarios son un recordatorio que no nos deja hacernos los tontos y mirar para otro lado; los aniversarios nos obligan a tocar la herida, volver a lamerla y volver a sentirla abierta. El resto del tiempo uno recorre la cicatriz con los dedos, la acaricia, va hacia arriba y hacia abajo, está ahí, sabe cuándo buscarla y cuándo no. En estos días no puedo hacer lo mismo porque la llaga se abre y se ensancha y deja al descubierto la piel cruda. Dolor, ausencia, tristeza. Uno busca ocultarlos ante los ojos de los demás y lo logra, casi siempre, a no ser…

La memoria salta de un lugar a otro, de un momento a otro. Es como flashes, momentos congelados que sin embargo dan cuenta del movimiento vertiginoso que se produce al tratar de plasmarlo en la hoja virtual. Chicago, Buenos Aires, Río Cuarto, Bariloche, Rio Cuarto, Nueva York, Buenos Aires, Rio Cuarto.

Viví el golpe militar a la distancia. Recuerdo con nitidez el momento en que recorriendo la ciudad de Chicago con otros estudiantes leí en un diario que había habido un golpe militar en Argentina. Desde el colectivo miré hacia afuera, la primavera incipiente no logró distraerme. Eran otros tiempos, los correos eran lentos y había que esperar días, semanas, hasta tener la carta que contara lo que pasaba.

Buenos Aires, julio del 76. Nuestros padres van en un ómnibus a buscarnos a Ezeiza, el entusiasmo por la llegada rápidamente se ve interrumpido. Papá, mamá y Neli (mi querida tía Neli) no pueden disimular la preocupación. La casa de los chicos fue allanada, no se sabe nada de ellos. Dos murieron asesinados en ese momento; después aprendo que uno de ellos es José. José, el amigo de Carlos. José, el compañero de colegio de Carlos. José. Dulce José. Pequeño José.
Río Cuarto. Llamada al exterior. Hay que tramitar visas. Los chicos tienen que salir. Los chicos, nosotros, todos. Recién llego, no entiendo, no quiero irme. Hay que irse.

Bariloche. Viajamos a ver a mis hermanos que viven allá con la esperanza de que los chicos vayan y convencerlos de que salgan del país. Es julio, hace frío. El frío de afuera no se compara con el del alma. Miedo. En la ruta hay controles a cada rato. El colectivo para, la policía o el ejército suben y piden documentos. Lo entrego, me miran, leen, vuelven a mirar. Devuelven. Seguimos. Respiramos. Palpitamos. El corazón explota. Disimulo.

Septiembre. Papá muere de un infarto masivo. No es una víctima que se cuente, pero yo sé, nosotros sabemos, que sí lo es. Tengo grabada a fuego su imagen en el jardín, los brazos apoyados en el alambre de la ropa, la cabeza sumergida en su angustia. Entregado al dolor. Al miedo se suma otro dolor.

Noviembre. Buenos Aires. Calor. Neli y yo vamos al encuentro de mi hermano. Santa Fe está abarrotada de gente que camina apurada, mira vidrieras, compra. Todo parece normal pero no lo es. No hay que mirar a los ojos a los desconocidos. No hay que mirar al Falcon que pasa al lado nuestro, despacio, observando, buscando. Miedo. Terror.
Abril. Llamada telefónica. Carlos desapareció. Desapareció. Carlos no está.

Búsqueda. Mamá y Neli. Tocar puertas. Viajar a Buenos Aires. Cita con la Iglesia. Preguntarle al conocido del conocido si sabe qué hacer. Ministerio del Interior: no señora, no hay registros. Nadie lo busca. Se debe haber ido del país. Seguro que está bien, ya va a aparecer. Mentira. Bronca. Desazón.
Deseos. ¿Y si fuera cierto?

Nueva York. Militantes exiliados ávidos de noticias. Carlos no está.
Noche. Espera. El oído atento por las dudas de que suene el golpeteo suave sobre la puerta y sea Carlos que viene.

Olvido. Tengo miedo de caminar por la calle y pasar a su lado y no reconocerlo. Miro a los ojos para descubrirlo. En los pasamanos busco las suyas. Carlos no está. A Carlos nadie lo vio.

Primeros registros de detenidos desaparecidos. Carlos no está.
Invento. Ellos lo asesinaron y yo tengo que inventarme su muerte. La razón me dice que la espera y la angustia no pueden seguir. ¿Por qué me obligan a hacer también esto? ¿Por qué tengo que ser yo (nosotros) la que tome el puñal de la esperanza y se lo clave al recuerdo? ¿Qué más esperan de mí (de nosotros)?

Resistir. Enfrentar. Seguir. Contar. Callar. Volver a contar. Volver a enfrentar. Seguir.

Las imágenes se siguen agolpando. Mis dedos no son lo suficientemente rápidos como para retenerlas a todas y plasmarlas en la pantalla. Mi cerebro tampoco puede procesarlas y darles un hilo coherente. Con el tiempo uno se acostumbra. El tiempo cura las heridas. Ya va a pasar. Ya está. Sí y no. Sí para poder seguir. No para poder seguir. No para uno. Si para el resto. No va a pasar, porque ya pasó. Ya pasó y no debe volver a pasar.

Uno es su historia. Yo a veces me siento prisionera del pasado. Son cosas distintas. No puedo no estar. No puedo no seguir. El pasado me impone un lugar del que no puedo escapar.

Quiero otra historia. No para la que fue, para la que vendrá. Quiero una historia en la que lo que sucedió no vuelva a suceder. Quiero una historia sin Terrorismo de Estado. Quiero una historia sin desaparecidos. Quiero una historia sin prisiones. Quiero un mundo que no es. Ojalá el optimismo de la voluntad doblegue a la razón y se imponga sobre ella.

Me vuelvo a apropiar de las palabras y cierro:
Vivir
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez.

Carlos Guillermo Berti desapareció en una calle de Buenos Aires el 11 de abril de 1977. Tenía 22 años y era estudiante del entonces IMAF (hoy FAMAF – UNC). Fue hijo de Adelo Berti y de Lía Domínguez de Berti. Y fue hermano de Gustavo, Graciela, Raúl, Luis y mío.

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